domingo, 11 de noviembre de 2012

El cigarrillo

El cigarrillo

La muchacha se giró, ofendida, y retrocedió sobre sus pasos, dejándole sumido en sus pensamientos, mientras fingía mirar por la ventana. Él esperó a oír el portazo y dejó caer la cortina y cogió el arma que había tenido que esconder en el momento en que ella llegó. Tenía que alejarla de allí, y solo conocía a una persona en quien podía confiar para ese cometido. Abrió el cajón que cerraba con llave de su escritorio y dejó la pistola mientras cogía el teléfono móvil que solía guardar al lado. Seguía encendido desde la noche anterior, lo había dejado, olvidado, junto con el arma, había cerrado el cajón con llave y no había vuelto a pensar en él hasta esa mañana. 

Llamó al único número que había en ese teléfono, esperó a que sonaran tres tonos y colgó. Lo dejó en la mesa y esperó mientras abría el otro cajón. Comprobó el contenido y lo cerró repentinamente al oír abrirse la puerta. No se giró, pero por la forma de cerrar la puerta y acercarse hasta la mesa sabía que era el hombre adecuado. 

- Deshazte de ella –le dijo, mientras seguía con la mirada clavada en su escritorio. 
- Te has cansado de ella – afirmó, el otro hombre, sonriendo. 
- Sí, ya lo sabes. Haz lo de siempre, y recupera los regalos que le hice. 

Volvió a oír la puerta abrirse y cerrarse. Esperó un par de minutos y volvió a abrir el segundo cajón. Dentro había un cenicero de vidrio, limpio, un paquete de tabaco y una cajetilla de cerillas. Cogió un cigarrillo y lo encendió con una de las cerillas, que dejó, apagada, en el cenicero. Le dio un par de caladas y se sorprendió cuando una mano le quitó el cigarrillo. Frunció el ceño y se giró, mirando directamente a los ojos al hombre con el que había estado hablando.

- Creía que ya te habías ido –dijo, casi como excusa. 

El otro hombre sonrió y le dio una calada también al cigarrillo. Le sobrepasaba unos diez centímetros de altura, quizá algo más, y otros tantos kilos ganados en el gimnasio. 

- No deberías fumar. Y no, sospechaba que ibas a hacerlo. 
- Creo que sigo siendo tu jefe –le miró, esperando que le devolviera el cigarro. 

No lo hizo, le dio otras dos caladas más y lo apago en el cenicero. Cogió el paquete de tabaco y lo abrió, le faltaban cinco cigarrillos. Negó con la cabeza, mirando a su jefe, metió el que había apagado en la cajetilla, cogió las cerillas y cerró el cajón. 

- Supongo que lo quieres para ahora mismo, te llevaré las cosas esta noche a tu casa –sonrió, mientras guardaba las cosas en el bolsillo del pantalón. –Nos vemos luego, jefe. 

Dio media vuelta y salió del despacho, dejando, de nuevo, la puerta cerrada. Él esperó unos minutos más, abrió un tercer cajón del escritorio y sacó otra cajetilla y un encendedor. Se encendió un segundo cigarrillo mientras sonreía.