domingo, 11 de mayo de 2014

Mala tarde en el bar

Éste es un viejo texto, del 15/01/2012. El título no creo que sea el mejor que se me pudo haber ocurrido, en realidad no se me ocurrió ningún otro.

 Mala tarde en el bar.

Otras cosas que no tenían nada que ver con todo aquello hicieron que volviera a recordarlo. Y no encontró mejor forma que hacerlo que acabar en el bar de siempre, lanzando dardos a la diana acompañado de ya la tercera copa de vodka de la tarde. Y con cada trago mejoraba su puntería. O tan solo se lo tomaba más en serio. Podría jugar quizás un par de partidas más antes de que el local estuviera lleno de humo, y el picor en los ojos le acabara de sacar de quicio.

Le dio un último trago a la copa que tenía encima de la mesa y comenzó a repiquetear con los dedos en la silla. Cerró los ojos e intentó recordar, con más detalle, los viejos tiempos que había vivido aquel bar. Su abuelo lo había llevado cuando apenas tenía edad para recordar las cosas, y le había enseñado, durante toda su adolescencia, a extraer provecho de todos los negocios que allí se hacían. Abrió los ojos, y a través de la niebla de su mareo vio a la camarera que le había servido el último vodka. Estaba de perfil, pero en ese instante se giró, cruzaron sus miradas y ella sonrió. Poco después la camarera le dejó una nueva copa en la mesa, mientras él intentaba recordar cuánto tiempo había pasado desde la última vez que la había tenido de rodillas en el lavabo.

Resopló, intentando eliminar esa imagen de su mente.

Su debilidad por las mujeres acabaría con su vida, o como mínimo con su hígado. Cogió el vaso pero apenas se mojó los labios mientras observaba a su alrededor. La gente de media tarde ya no estaba, y todavía faltaban un par de horas para que comenzaran a llegar sus clientes, y si seguía bebiendo a ese ritmo estaría inconsciente antes de la primera reunión. Lo dejó de nuevo en la mesa, clavando la vista, inconscientemente, en el anillo que llevaba en el dedo. Emma, su querida Emma, llevaba dos semanas fuera de la ciudad. Se había comportado durante los dos primeros días, pero a partir del tercero se había dedicado a perseguir casi cualquier falda con la que se cruzaba. 

Un suave golpeteo en la mesa lo devolvió a la realidad. Delante de él se había sentado un chaval que solía rondar por el bar, se rumoreaba que se acostaba con el propietario, aunque lo hacía pasar por un primo suyo. 

-        ¿Qué quieres? –le preguntó, molesto.

-      Creo que vendes algo que me interesa –dijo el joven, mientras retorcía un mechón de su pelo entre sus dedos –y creo que te puedo ayudar con tu pequeño problema –sonrió, señalando el dedo con el anillo.

-         No hace falta –respondió, seco – ¿qué quieres de lo que puedo proporcionarte?

-          Lo más habitual, quiero probar algo nuevo.

-          No quiero problemas con tu primo –movió la cabeza en dirección a la barra.

-          No te preocupes por eso –sonrió el chico, levantándose –y saluda a Emma de mi parte –sus ojos esmeralda brillaron.