jueves, 28 de febrero de 2013

Vivo

Texto del 14/12/2010, Quizás inicio de un proyecto que nunca continué.



Vivo

Diría que, fuera de aquí, en la calle, está lloviendo. Oigo, a lo lejos, el tac, tac, tac de la lluvia golpeando los cristales de las ventanas, rítmicamente, tan similar al golpeteo de las teclas de una vieja máquina de escribir mecánica, impresionando, negro sobre blanco, las diferentes letras en una hoja de papel. Lo diría, claro, si no fuera porque en esta maldita ciudad nunca llueve. Porque no es bueno que llueva, eso suele crear problemas, confusión, gente mojándose, paraguas abriéndose y entrechocándose con otros paraguas, todos de diferentes colores, o estampados. Gente resbalando en los adoquines mojados, niños riendo mientras saltan en los charcos, conductores con prisa haciendo sonar las bocinas de sus coches, mientras ven por delante de sus narices los limpiaparabrisas, moviéndose rítmicamente, de izquierda a derecha, y vuelta a ir a la izquierda para volver a empezar. Y eso también si los semáforos funcionan, porque si se va la luz, ya solo impera la ley del que tiene más mala leche.

Diría.

Porque es eso, ya no llueve. Ni necesidad de paraguas, y los niños son pequeños ciudadanos tranquilos y bien educados, obedientes, que tratan a todo el mundo de usted, que solo van de su casa a las aulas de aprendizaje, y de vuelta a su casa, y que conocen la importancia de que a sus progenitores se les haya concedido el permiso de procreación para que ellos pudieran existir. Y los coches pasaron a la historia con la creación del sistema de transporte ciudadano, en el que todo el mundo espera pacientemente su turno para ir a aportar su esfuerzo a su querida ciudad, o volver a casa a descansar. Todos, niños y adultos, todos uniformados. Todos grises. Todos muertos. 

Diría que la oigo, pero nadie me creería, no debo oir nada en mi sala de reposo, en el edificio social de ayuda al ciudadano, en el programa de orientación especial. En una jodida sala gris acolchada de un puto manicomio. 

Todos muertos. Estoy vivo.



sábado, 16 de febrero de 2013

Intenté decírtelo

Otro viejo texto, (del 30/11/2010). No acaba de convencerme como quedó.


Intenté decírtelo

“Intenté decírtelo.”


Se dejó caer en el sofá, encima del mando a distancia que ni siquiera había visto, haciendo que se encendiera el televisor y la casa se llenara de los gemidos obscenos de la película pornográfica que el deuvedé todavía reproducía. Se arqueó para sacar el mando de debajo de su cuerpo sin levantarse. Apagó el televisor y tiró el mando hacia la mesa, con tanta fuerza que acabó cayendo al suelo. Ya se podía olvidar de la mesa que había reservado dos meses atrás en uno de los mejores restaurantes de la ciudad, a no ser que pagara por la compañía. Al final se obligó a levantarse del sofá y fue al lavabo para afeitarse la poca barba que le había crecido esos últimos días. Volvió en si un rato después, se había quedado en babia mirando hacia el espejo con una mueca extraña. Se sentía muy estúpido, acabó de afeitarse y volvió al sofá.

Apenas había cerrado los ojos cuando oyó su teléfono. Alargó la mano hacia la nada antes de recordar que lo tenía en la habitación y decidió ignorarlo. Lo oyó sonar tres veces más y al final, harto, se levantó para apagarlo. Maldijo al golpearse los dedos del pie con el marco de la puerta de su habitación y, cojeando, llegó hasta la mesita de noche. El teléfono dejó de sonar, por quinta vez, y le avisó de la llamada de un mensaje. Número de teléfono oculto, pero igualmente lo abrió. Una hora y un lugar. Sonrió desganado. Un desconocido le proponía algo parecido a una cita, a la misma hora y restaurante en el que pensaba pedir matrimonio a su chica, y siendo una sorpresa, dudaba que fuera ella quien le llamaba.

La llamó, le costó casi diez minutos armarse de valor, y ella tan solo le dijo que pasaría al día siguiente a buscar sus cosas y que no quería verle más. Colgó y dejó caer el teléfono al suelo. Abrió el armario y buscó otra camisa. Acabó de vestirse y se puso los zapatos nuevos. Cogió la chaqueta, las llaves del coche y se fue.

Entró en el restaurante y se encontró la mesa que había reservado ocupada por otro hombre. No le reconoció hasta que se giró y lo saludó. Su viejo compañero de universidad. Sonrió, devolviéndole el saludo y se sentó a su lado.