lunes, 30 de julio de 2012

El ángel

El ángel

Su vida tendría que continuar igual durante unos cuantos largos años más antes de que su mala suerte le arrastrara por las calles hasta, al final, morir a varios pasos de una alcantarilla. La misma alcantarilla que ahora podía casi rozar con sus maltrechos dedos. No debía haber bebido tanto whisky. Siempre que lo hacía acababa hablando más de la cuenta y metiéndose en problemas. Y no había sido buena idea liarse con la novia de un motero, encima de la propia moto de ese tío. Pero había resultado muy divertido. Sonrió con esfuerzo, recordándolo, un par de minutos más y el tío ni se hubiera enterado, y un par de patadas más, y estaría en el hospital en vez de estar, simplemente, tirado en un triste callejón.

Intentó incorporarse, pero tan solo consiguió toser, y volver a saborear su propia sangre en su boca. Desgraciadamente aquellas últimas semanas se había acostumbrado a ello. Giró sobre sí mismo, maldiciendo el dolor que notaba en sus costillas, y miró hacia el cielo, buscando su estrella. Le dolían los ojos, y lo veía todo borroso. Los cerró, apretándolos, durante unos segundos, y los volvió a abrir, encontrándose con los ojos verdes y el rostro angelical del demonio que le perseguía desde hacía un año. 

"Maurice."

Oyó que le llamaba por su nombre, pero en su mente, ni siquiera había movido los labios, le seguía sonriendo, sentado encima de él. 

"Maurice" volvió a oír en su mente, "te dije que me pertenecías, me he tenido que encargar de los dos, de ella por disfrutarte y de él por golpearte." Seguía sonriendo, hablándole sin mover los labios, sentado encima de él. Con una de sus manos jugaba con su cabello negro, comportándose igual que un niño tramando una travesura.

Maurice intentó moverse, le dolía el cuerpo de la paliza recibida, pero era incapaz de notar nada. Asustado, miró hacia el único lugar que podía, esos ojos verdes, y a través del cabello negro del chico intentó ver el cielo, pero no había ninguna estrella, ninguna de las que apenas media hora antes había visto.

"No busques nada", siguió sin mover los labios, mientras le acariciaba la mejilla, "allí arriba ya no hay sitio para ti, lo único que te queda es lo que quiera proporcionarte allá abajo".

Siguió acariciándole la mejilla apenas unos segundo más y bajó la mano por su cuello, y por encima de su camiseta hasta dejarla situada a la altura del corazón. Sus ojos verdes brillaron levemente mientras la mano parecía atravesar camiseta y carne, en dirección al corazón. Maurice gritó de dolor, pero tan solo en su mente, no se oyó ningún sonido, tan solo apareció una lágrima en el mismo momento en que vio como salía esa mano de su cuerpo.

"Todavía es pronto, eres joven, y no estás en el momento adecuado, te daré un año, o dos, y volveré a por ti, en este mismo lugar, pórtate bien, pequeño, y te llevaré conmigo a mi hogar."

lunes, 16 de julio de 2012

El cachorro

Personalmente no considero que el título sea el más correcto para este texto. Se trata de un simple texto de trasfondo para un hipotético personaje, que quizá, en algún momento, utilice.


El cachorro

Después de todo lo que había sucedido durante esa noche, lo único que podía hacer era ir recogiendo, uno por uno, todos los trozos de mobiliario que habían quedado esparcidos por toda la casa y sentarse a esperar. Su pequeño cachorro ya volvería, como siempre, aunque pasaran años entre esas idas y venidas. Si bien ese sentarse a esperar era una simple metáfora, ese mismo fin de semana ya estaría a muchos kilómetros de allí, en su propia casa, después de dejar listo el trabajo que le habían encargado, y devolvería ese hogar temporal a sus legítimos propietarios, que en ese mismo momento descansaban en un útil electrodoméstico que había encontrado en el sótano. Aunque lo único que podrían ya hacer esos ancianos era descongelarse y pudrirse. 


Se quedó mirando la pata de la silla que en ese momento tenía en la mano, y la dejó caer al suelo, era totalmente absurdo que comenzara a recoger aquel destrozo, y todo era culpa del chico, que lo estaba trastornando. Demasiado joven, demasiado enérgico, le recordaba demasiado a si mismo, cuando había sido joven como él, cuando le habían hecho lo mismo que le había hecho a él. Se acercó al único sofá que había quedado entero y se tumbó. Tenía que dejar de darle vueltas a la cabeza. El chico había conseguido que se planteara cosas que se suponía debía aceptar como ciertas. Tenía que dejar de darle tantas vueltas a la cabeza de una vez, si comenzaba a dudar acabaría muerto.


Notó el móvil vibrar debajo de su espalda. Malhumorado, gruñó mientras rebuscaba entre los cojines del sofá. Ni siquiera miró el mensaje. Se levantó y se fue hacia la habitación que había estado usando durante esos días. Necesitaba descansar, y las órdenes, o lo que fuera que le habían enviado, podían esperar hasta la noche siguiente. Miró aquel viejo colchón y le dio un par de patadas para volver a arrinconarlo y buscó una manta nueva. Seguía con la misma estúpida manía que había adoptado de su propio mentor. 

Minutos después, cuando la manta lo cubría por completo y su consciencia viajaba hacia su vieja Irlanda, el dichoso móvil volvió a sonar. Odiaba todos esos cachivaches electrónicos que parecían controlarle más a él que él a ellos. Los recuerdos de su vieja tierra intentaban retenerlo, pero su mente le advirtió que la dichosa musiquita no era la habitual. 

Abrió un ojo con dificultad y alargó la mano para cogerlo. Toqueteó los botones del móvil hasta poder leer el mensaje, y sonrió. Uno de sus peones había hecho bien su trabajo, y ahora podría tener al chico localizado siempre que quisiera. Tendría que felicitar, y eliminar, a ese peón unas horas más tarde, cuando le viera para entregarle su paga. Cortaría todo tipo de vinculación con aquel lugar, y se iría a la siguiente ciudad que le indicaran, simple rutina, hasta que se cargara al jefe, o el chico se lo cargara a él. Cerró los ojos, pensando en ello.