domingo, 27 de mayo de 2012

Código de Honor

Otro viejo texto, encontrado entre papeles. Se trata de algo entre ejercicio y trasfondo de personajes. Desarrollo, o al menos un intento, de una idea para quizás desarrollarla más adelante.


No lo podía entender. Después de tantos años persiguiéndolo y de casi lograr atraparlo unos meses antes, ahora le salvaba la vida. O eso parecía. Pero después de tanto tiempo de silencio había vuelto a aparecer, para arrancarlo del coche, herido por el accidente, antes de que éste explotara y él perdiera la consciencia. En algún momento un destello de lucidez le hizo entrever lo que quizás era un quirófano improvisado, pero volvió a hundirse en sus pesadillas. De tanto en tanto su consciencia volvía, a veces eran tan solo sonidos inconexos, otras veces le parecía poder ver dónde estaba, lo que parecía la habitación de un motel de carretera. Intentaba delinear en su memoria los difusos muebles que lo rodeaban cada vez que entraba por la ventana, medio tapada, algo de luz proveniente de los coches que de tarde en tarde pasaban por al lado. Pero luego todo eso también aparecía en sus pesadillas.

Hasta que al final se despertó. Y se encontró donde imaginaba, esa habitación que ya se había instalado en su cabeza. Mareado, intentó levantarse de la cama, para descubrir que llevaba casi todo el cuerpo vendado y los pantalones de un horrible pijama. Poco a poco se dirigió al lavabo, para intentar despejarse la cabeza con algo de agua. Pero después de unos segundos en los que las tuberías de la vieja instalación temblaron, el grifo tan solo escupió agua demasiado sucia de óxido y barro. Volvió a cerrarlo y le pareció oír el sonido de una puerta cerrándose, a lo que le acompañó un demasiado conocido acento ruso.

-          Veo que ya te has levantado, aunque todavía no deberías haberlo hecho.

Y sin comprender el porqué le hizo caso, y volvió a la cama, para luego sentarse y  encararse con el que durante cinco años estaba siendo su mayor enemigo.

-          ¿Por qué has hecho esto?
-          Sería una lástima que nuestra relación profesional hubiera acabado de esa forma, ¿no crees?
-          Mataste a mi novia.
-          Era policía, se podría decir que fue en defensa propia.
-          Asesino.
-          Es tan solo mi profesión, no lo escupas como si fuera un insulto.

Volvió a marearse, y cerró los ojos mientras se tumbaba, quizás pasaron unos segundos, o un par de horas, pro al volverlos a abrir lo vio sentado en una butaca viendo en el televisor uno de los aburridos seriales que emitían a media mañana.

-          Te he traído el desayuno, y por cierto, de nada.
-          ¿Que?
-          Supongo que por nada, es curioso, también compartimos grupo sanguíneo.
-          ¿También?
-          Sí, a parte de haber compartido una mujer.

Tan solo al oír eso volvió a incorporarse todo lo que el dolor de sus heridas le permitió. Su enemigo se levantó de la butaca y se sentó en la cama a su lado y mientras le ayudaba a tumbarse le susurró al oído.

-          Siempre podemos solucionarlo a vuestro viejo estilo. Pero cuando te hayas recuperado. Cerca de aquí hay un descampado, podemos solucionarlo con un par de revólveres con una bala cada uno.
 

Leyéndolo con la perspectiva de los años, creo que quizá, alguna parte del texto, pueda desarrollarla mejor más adelante.




 
 

domingo, 20 de mayo de 2012

La sombra


Otro viejo texto que tenía entre un montón de papeles acumulados.
 
La sombra.

Tenía cinco años cuando se dio cuenta de que la sombra, que creía que tan solo era parte de sus pesadillas, no desaparecería por mucho que él creciera. Esa intuición no le había impedido fingir ante sus amigos que él también dejaba atrás la infancia. Año tras año, cada verano guardaba en una caja todos aquellos juguetes, al inicio, y libros y cachivaches que ya no usaba y se almacenaba en el trastero, como la última incorporación a la fila india que formaban los años que ya había vivido. Y había intentado guardar, en cada una de ellas, el recuerdo de la sombra que lo visitaba.

Llegó la adolescencia, y poco después el primer amor. Un año entero de medias promesas y palabras vacías que desencadenarían el absurdo insomnio que lo mantenía, cada noche del sexto día de cada mes, despierto, al lado de la ventana, arañando el vidrio en busca de esa sombra que esas noches nunca aparecía. 

Y después de ese primer amor ya no vino ninguno más, tan solo muchachas con las que intentaba evadirse por las noches, y que dejaba atrás a la mañana siguiente, ignorando todas las lágrimas, golpes e insultos con que ellas, al final, lo trataban.

Y al final también las abandonó a ellas, y acabó, a sus veinte años, encerrado en la rutina de ir y venir de su trabajo a su casa, que alguien le había dejado en herencia, acumulando noches de insomnio, sentándose, cada una de ellas, al lado de una ventana diferente, arañando los vidrios con la mirada perdida.

A los veintidós años seguía teniendo tan solo los muebles de la cocina y un colchón en el suelo en su casa. Y la misma noche de su cumpleaños, horas después de estar observando el vacío a través del vidrio de una de las ventanas, cogió la vieja llave que, desde que recordaba, había llevado colgada al cuello, y que abría la cerradura del desván. 

Entró, cerrando los ojos, y aspiró parte del polvo que había allí acumulado, haciéndole toser. Abrió los ojos y esperó unos minutos hasta que se acostumbró a la poca claridad que entraba por la ventana. Apiladas, en una de las paredes, estaban todas sus viejas cajas, las únicas cosas que conservaba de la casa de sus padres. Se acercó a ellas y pasó la mano por las que estaban encima, dejando los surcos de sus dedos marcados en el polvo.

Las abrió, una a una, sin importarle los números que habían marcados, los años que tenía cuando había ido cerrándolas. Lanzaba las tapas al suelo, sin preocuparse por ellas, levantando el polvo que había por el suelo, tan solo interrumpido por los dos rastros de huellas que había dejado. Vació las cajas de lo único que para él contenían, aquellos retales de la sombra que había intentado atrapar durante tantos años. Volvió a la ventana, a mirar hacia el vacío, rascando el vidrio, hasta que vio, al lado de su reflejo, su mismo reflejo, sonriéndole.