domingo, 6 de diciembre de 2009

Por la mañana

Por la mañana

Abrió los ojos al instante, un chillido agudo fue lo que le despertó, aunque ese sonido no parecía venir de dentro de la casa. Todavía tumbado en la cama esperó unos minutos más antes de levantarse, intentando escuchar algo más, pero tan solo había silencio. Estaba harto de sus ataques de insomnio. Se vistió y bajó a la cocina, asomando la cabeza antes por las otras habitaciones, para comprobar si alguno de sus hermanos también se había despertado. Pero parecía ser el único.

Ya en la cocina encendió el televisor, apenas con volumen suficiente para poder distraerse con el murmullo pero sin despertar a nadie más. Quizá tan solo había sido un sueño. En el jardín parecía haber más actividad que dentro de la casa, los pájaros iban y venían de un lado a otro buscando ramillas para construir nidos. Sonrió entristecido, el nido que su hermano pequeño había construido con tanto esfuerzo el pasado año continuaba ignorado.

Salió al jardín con una taza de café recién hecho para sentarse en el balancín que había debajo del viejo cerezo. Los pájaros, allá por donde él pasaba, se quedaron quietos durante unos instantes para luego salir volando, y volver apenas segundos más tarde a donde habían abandonado sus ramitas. Ya había acabado su café cuando un pequeño pájaro, de vivos colores, salió del nido de su hermano. Lo vio paseándose entre los otros pájaros, exhibiéndose, como si su colorido fuera único. Volvió a sonreír, el nido de su hermano sí estaba ocupado. Él estaría feliz, estuviera donde estuviera.

Volvió a la cocina, se había dejado el televisor encendido. Volvían a emitir la misma película que había dejado de ver a mitad de historia la noche anterior, justo cuando el protagonista exclamaba asombrado al descubrir a su enemigo en la cama con su madre. Se sentó en una de las sillas y con el mando cambió de canal, hasta que, aburrido, decidió apagarlo. Dejó preparado el desayuno de sus hermanos, que ya no tardarían en bajar, y salió de casa para coger el coche y alejarse de allí unos cuantos kilómetros antes de parar en uno de aquellos viejos bares de carretera que siempre estaban abiertos. Definitivamente, odiaba las mañanas de los domingos.

lunes, 9 de noviembre de 2009

El making off de una novela (parte 1)

La idea principal de las entradas con este título es ir narrando las vicisitudes con las que me voy encontrando al escribir una novela que tengo proyectada desde hace ya varios años y que al final he decidido comenzar a escribir. Quizá al final tan solo escriba sandeces, o maldiga a las musas que se escapan de vacaciones al caribe, pero bueno, intentaré narrar la crónica de este proyecto.

Iré añadiendo también cosas que crea interesantes que vaya encontrando navegando (o naufragando, escojed lo que veais más apropiado) por internet buscando información.

Algunos textos que ya he publicado e iré publicando y que pertenecen a este proyecto se pueden encontrar en la etiqueta "bocetos para una novela"

domingo, 1 de noviembre de 2009

La mosca

Antes que nada, simplemente decir que el siguiente es un texto humorístico escrito a partir de una conversación sobre la falta de inspiración, de las musas de vacaciones en el caribe y sobre el aburrimiento que es el intentar escribir algo estando con la mente tan en blanco que una simple mosca te distrae.


La mosca

La mosca "moscus tarraconensis" inicia su ritual de acoso al gran depredador con la esperanza de poder robar un trozo de cruasán para saciar su ansia de azucar.

Nos adentraremos en el más salvaje de los parajes, el bar más próximo a la hora más concurrida, donde las últimas moscas intentan sobrevivir en los que quizá sean sus últimos días...

Pequeñas, rodeadas de los grandes depredadores, veremos como viven, como sobreviven, como se relacionan entre ellas para engendrar nueva progenie en la más peligrosa de las superfícies, una carpeta de adolescente decorada con imágenes de Hannah Montana, los chicos de High School Musical, o monstruos más infames si cabe; para después de un horrible y agudo chillido emitido por una de las hembras púberes del gran depredador, encontrar vilmente la muerte por aplastamiento con otra carpeta igualmente decorada.


No se pierda el gran documental sobre esta heroína del día a día

Próximamente en éste, su blog amigo

domingo, 11 de octubre de 2009

Reincidencia

Reincidencia

Hay un insecto al otro lado del cristal, enorme, como una araña de largas patas con alas, que se está volviendo loco intentando atravesarlo. Parece inofensivo, pero no me gusta, y me distrae. Están cortando la hierba, y a través del cristal me viene el olor de los recuerdos que nunca he tenido, que de vez en cuando vuelven, el olor del bosque en otoño, y lo huelo, aunque sea primavera o verano. El insecto desistió. Nadie puede derribar una barrera invisible a base de golpearse en ella. Entre la hierba segada hay un pajarito muerto, quizá ya estaba muerto hace una semana, y la hierba había sido su tumba silenciosa hasta que la mano del hombre ha marcado su fin. El insecto lo intenta con otro cristal, hasta quedar atontado e intentar lo mismo en una columna de cemento. Al final se irá, espero, su energía debería llevarlo hasta otros parajes, y no malgastarse tontamente en un cristal.

lunes, 17 de agosto de 2009

lunes, 13 de julio de 2009

La piedra

La piedra

Su reloj marcaba las doce y un minuto del mediodía cuando lo guardó en su bolsillo. Alrededor suyo tan solo había unas cuantas personas más, desconocidos, paseando por la sala. Se retrasaba, algo había ido mal. Volvió a recorrer la sala, esquivando a los desconocidos, pausadamente, intentando no perturbar el silencio que había, que las estatuas que allí descansaban llenaban con sus miradas mudas, hasta volver al inicio de su recorrido. El centro de aquella habitación, delante de la piedra. Aquel trozo de roca que había permitido descifrar muchos de los misterios perdidos de la historia. Sonrió, y su reflejo en la vitrina le devolvió la sonrisa. Volvían a su cabeza tantos recuerdos, pequeños fragmentos de su infancia, cuando todavía no había pasado nada y podía soñar despierto, sumergirse en fantasías inventando historias a partir de las imágenes de aquellos libros que ya no recordaba. Una llave que descubría muchos secretos, y que ahora ya solo la llamaban piedra. Volvió a sonreír y le pareció que las estatuas le devolvían esa sonrisa. Pero todo lo demás ya eran recuerdos arrasados, perdidos en algún lugar, junto con su infancia.

Había tardado casi una semana en poder ir al museo. Desde que había llegado a Londres había estado casi todos los días encerrado en el hotel, ultimando y asegurando los últimos detalles de su visita. Pero le gustaba volver a aquella sala, como cada vez que iba a aquella ciudad, esperando que ella pudiera ofrecerle alguna respuesta a sus preguntas, aunque quizás necesitaba otra clave para poder resolver sus propios enigmas. Mas realmente esperaba que esa llave nunca existiera, así nadie podría perturbarlo. Casi nadie.

Doce y cinco cuando volvió a guardar su reloj. Lo repasaba todo otra vez en su mente, cerciorándose de que todo estaba hecho tal y como había planeado, asegurándose de no haberse olvidado nada. De haberle dejado el camino limpio y libre de paso. Quizás lo tuviera todo tan mecanizado que se hubiera olvidado de algo, pero eso no era probable, lo habían acostumbrado a asegurarlo todo varias veces.

Intentó distraerse, leyendo de nuevo la placa informativa que ya se sabía de memoria. Oyó sus pasos momentos antes de que un leve reflejo cristalizara en la vitrina delante suyo, acompañado de un conocido acento norteamericano.

martes, 7 de julio de 2009

Ecos, reminiscencia

Ecos, reminiscencia

Su melodía hace temblar mi espíritu. Y siempre suena en mi cabeza en los malos momentos, como ayer hizo, la mayoría de las veces dando fortaleza en medio de la desesperación. No fue en ese tipo de situación, ni siquiera en ninguna que se pareciera, la primera vez que la oí. No me gusta recordar aquel lugar, aunque me reconforte. Ni siquiera la sensación que me persigue desde que volví de allí. Aquel desierto de cenizas que quizá en algún momento representó el hogar. Dejé parte de mí allí, ese fue el pago, y en mi aventura no he encontrado nada por lo que quedarme, pero tampoco nada por lo que regresar allí. Y mientras tanto me sigue, silencioso, tan solo delatando su presencia con esa melodía, dulce y aterradora, como todo allí abajo. Me cuida. Y con ese pago me ata, en sueños hace que regrese a casa, paa despertarme a su lado. Incapaz de huir de allí. Esa prisión, en la que años antes me quise refugiar, todavía representa el único lugar al que puedo regresar, cuando esta vida ya no me represente nada.

lunes, 18 de mayo de 2009

El espectro

El espectro

Todavía me persigue, aunque está muerto. Murió hace ya unos cuantos años, pero vuelve y vuelve, al principio tan solo en el aniversario de su traspaso, desde hace un año cada vez más. Me atormenta, mas también sé que yo le atormento, pues no puede desprenderse de mí, y siempre vuelve, como ya hacía en vida. Pero yo tampoco puedo desprenderme de él. Y sigue atormentándome. Su tacto, todavía lo recuerdo, su mano acariciando mi cuerpo, quizá todavía lo haga, cuando viene, en sueños, puedo sentir su inmaterialidad. Me atormenta. Sus dulces manos, que atraparon mi destino, para moldearlo a su voluntad, sin posible escapatoria, como continúa haciendo, aun después de muerto. Y sigue atormentado. La locura de un ser inocente que curó sus heridas haciéndolas sangrar todavía más. Y en este tormento sigo viendo su cara, su sonrisa, sus ojos. Ojos mentirosos, crueles mostrando dulzura, engañando sentimientos, pero al final engañados por éstos. Y sigue atormentado, y cada noche que vuelve me lo dice, con esos ojos, dulce veneno que no me mató, pero que arrastraron parte de mi alma con su descenso. Vuelve y me atormenta, ansiando de nuevo su cuerpo, pero su inmaterialidad me congela, cuando me toca, ardiente mas atormentado, de ser tan solo un espectro, que sobrevive alimentándose de mi tormento.

lunes, 4 de mayo de 2009

Romeo y Julieta

Una poesía que escribí hace ya muchos años

Romeo y Julieta

Romeo pasea por la noche,
Julieta le ha abandonado.
Solitario, triste, la espera.
Todavía la espera, y sabe
que ella se ha marchado,
ya, con otra estrella,
dejándolo como un desgraciado.

lunes, 27 de abril de 2009

Volver al hogar

Antes de nada, indicar que este texto no tiene nada que ver con el titulado hogar


Volver al hogar

Ella estaba durmiendo, tranquilamente, no le había oído entrar, se sentó a su lado, en la cama, mientras la miraba le retiró un mechón del cabello. Su cara le hizo recordar muchas cosas, cosas que había olvidado. Volvió a levantarse, intentando no hacer ruido, para no despertarla, salió de la habitación, y cerró la puerta, se paró a escuchar, por si se habían despertado sus padres, pero en la casa no se oía ningún ruido. Bajó las escaleras y salió por la puerta del comedor, que daba al jardín posterior. Cerró con cuidado la puerta, y ya en la calle llamó a un taxi. Era hora de volver al hotel, examinar todo lo que había ido recogiendo y pensar, sobre todo en todas las imágenes que le venían a la cabeza, mareándolo.

Ya en el hotel, dejó las cosas en la mesa, y se tumbó, necesitaba descansar, dormir, olvidar. Olvidar todo lo que había recordado esa noche, para poderlo asimilar poco a poco.

Volver a su casa lo había impresionado.

lunes, 20 de abril de 2009

Hogar

Hogar

A través de la ventanilla que había a su lado solo habitaba la oscuridad de la noche, tan solo perturbada sistemáticamente por las luces del ala del avión en el que viajaba. Volvía a casa, y eso vibraba en su alma. Su refugio lo acogería, lo resguardaría hasta que lograra tranquilizarse. Había matado, otra vez, por miedo a su propia muerte. Si no lograba parar acabaría con los últimos trazos de su cordura. Quizá cambiar de aires le haría bien, aunque eso significara abandonarla. Pero esperaba que fuera por poco tiempo. Estando lejos de ella no le haría más daño.

lunes, 13 de abril de 2009

Inicio

Inicio

Intentó abrir los ojos, le dolía todo el cuerpo. Oscuridad. Cualquier ruido que oía le parecía demasiado lejano. Sus manos tocaban algo indefinible todavía para su mente. No podía ver exactamente lo que era, sus ojos continuaban cerrados. A cada bocanada de aire que cogía tan solo conseguía tragar barro, de sabor metálico. Logró voltearse, mientras su cuerpo se resentía a cada movimiento. Al final sus ojos le mostraron la luna, ocultándose tras una nube, todo teñido de rojo. Y a su alrededor, sus compañeros. Inmóviles como él había estado hasta hace unos momentos. Sus manos estaban manchadas de sangre.

lunes, 6 de abril de 2009

Recuerdos

Éste es el primero de una serie de drabbles que he ido escribiendo sobre un personaje.

Recuerdos

Hacía años que no volvía por aquellos parajes, y aunque alguna carretera había cambiado, todavía tenía marcado el recorrido en su cabeza. No podría llegar a donde quería ir en coche, así que lo aparcó en un pueblo cercano, los últimos kilómetros los haría a pie. Demasiado acogedor, para ser el lugar donde tendría que haber muerto. Aquel claro, donde había enterrado a los que no sobrevivieron, había sido, poco a poco, invadido por el bosque, pero no importaba, conocía perfectamente el lugar después de tantos años. Tendría que haber sido su sitio, bajo tierra, pero ella no lo reclamó.

lunes, 30 de marzo de 2009

Dos crisantemos

Dos crisantemos

Vino a verme otra vez el barquero, y estando en sus brazos volvió a susurrarme, todavía no pequeña, como cuando era una niña y agarrada a sus pantalones le pedí que me llevara con él. Pero ahora lo que le susurraba es que quería estar con él, mientras me perdía en sus ojos, azules, profundos. Y él me estrechaba en sus brazos, susurrándome, pronto. Me desperté en la bañera, el agua, teñida de sangre, estaba helada. El espejo me mostraba mi palidez y mis heridas eran ya apenas cicatrices. Dos crisantemos, frescos, me aguardaban, como un mensaje, en la cama.

lunes, 23 de marzo de 2009

Sándalo

Sándalo

Ya comenzaba a molestarle el pestañeo somnoliento de sus ojos, que le pedía insistentemente coger un taxi y volver a su casa. Pero todavía no había acabado su cuarta copa, y la muchacha a la que esperaba tampoco había llegado. Esperó unos cuantos minutos más antes de apurar lo que le quedaba en el vaso, ginebra ya aguada por el hielo fundido, para salir del local a fumar uno de sus cigarrillos. Ya volvería más tarde para averiguar si ella se había dignado a aparecer. En la puerta había unas cuantas muchachas ofreciendo a los que salían del local otro tipo de diversión. Pero eso a él, por ahora, no le interesaba y tampoco disponía en ese momento del dinero necesario. Ya con el cigarrillo en los labios el mechero se negó a encendérselo. Sintió ganas de reír, esa noche todo el mundo le fallaba.

Se acercó al callejón que había al lado. Allí solían ir algunos chicos del local que conocía a esnifar coca, alguno de ellos tendría un mechero. Pero a simple vista el callejón parecía vacío. Definitivamente esa noche el mundo le fallaba. Aun así decidió adentrarse en el callejón, quizás, después de las detenciones del último fin de semana, habían decidido esconderse entre los contenedores que había casi al final. Pero allí tan solo encontró la muchacha a la que había estado esperando durante cuatro copas.

Recordaba a una muñeca vieja y rota, abandonada en el cubo de la basura, salvo que a esa pobre muñeca parecía quedarle un poco más de aliento que se escapaba por sus rojos labios, mientras su cuerpo, semidesnudo, temblaba de frío. Y la sangre que manaba de su cabeza, junto con los cortes que sangraban por todo su cuerpo daban a entender que ya era inútil llamar a una ambulancia. No llegaría a tiempo. Y llamar a la policía significaba dar demasiadas explicaciones. Fue en ese momento cuando todo el peso del mundo se le vino encima, haciéndolo caer, hacia el suelo y hacia la inconsciencia, mientras un suave aroma a sándalo le acompañaba durante todo ese descenso.

Se despertó, mareado, en el portal de su casa. Todavía era de noche. Su reloj indicaba las cuatro de la madrugada. No sabía cómo había llegado hasta allí. Sacó las llaves del bolsillo para abrir la puerta, mientras comprobaba que todavía llevaba la cartera y el teléfono móvil, al que se le había agotado la batería. Una vez dentro de su casa cerró la puerta con dos vueltas de llave, dejó el móvil cargando en su habitación y fue directamente a darse una ducha, necesitaba quitarse la mala sensación que tenía por todo el cuerpo. Al desnudarse se dio cuenta de que la ropa le olía a sándalo, y en el espejo vio reflejado su cuerpo, marcado por múltiples cicatrices de cortes, que le recordaron a la pobre muchacha del callejón. Antes no las tenía. Volvió a la habitación y encendió el móvil. Habían pasado cinco días. Y no recordaba absolutamente nada.

lunes, 16 de marzo de 2009

La pelota

La pelota

A su alrededor no había nadie, en el bar de siempre, en su mesa de siempre. Como si estuviera reservada sin necesidad de ningún cartel, ya que todo el mundo rehuía aquel rincón. En el lugar ya solo quedaban unos cuantos turistas acabando de cenar, y las camareras, con rostros agotados, sin ver el momento de poder sentarse para aliviar sus cansados pies. Siempre solía ser el último cliente en salir, pero ellas ya se habían acostumbrado a su presencia, que ya casi les pasaba inadvertida, y solían descansar y hablar entre ellas cuando recogían, aunque todavía estuviera allí. Había acabado convirtiéndose en una parte de aquel local, uno de sus locales en verdad, aunque ya no quedara allí nadie que lo pudiera recordar. Notó algo al lado de uno de sus pies. Una pequeña pelota, y detrás de ella venía un niño, de unos cuatro o cinco años, sonriendo, mientras su madre le decía, desde la mesa, que no molestara a los extraños. La inocencia y vitalidad de la criatura le hizo sonreír, aunque recordó que en poco tiempo la perdería, y sería uno más entre la multitud, como su madre, que continuaba riñéndolo, auto imponiéndose límites, manteniendo todas sus emociones bajo un estricto control durante toda su vida. Le devolvió la pelota al niño, que todavía sonreía, aunque cansado de jugar ya toda la tarde, ignorando todavía a su madre, que al final se levantó para irlo a buscar. Y volvió a su mesa, casi arrastrando a su hijo, huyendo de su mirada que la había hecho palidecer. Sonrió para sí mismo, al fin y al cabo, ese era el efecto que provocaba en todos los adultos. Aunque lamentó, al cabo de un rato, el castigo que recibió aquel niño cuando, yéndose su familia, se había girado tan solo para decirle adiós con la mano.

lunes, 9 de marzo de 2009

Una noche

Una noche

La dejó caer en la cama, suavemente, rozando levemente su maltrecho cabello, su cuello, rostro, saboreando su inconsciencia. Se sentó a su lado, tentándose a rozar su cuerpo durante un rato más, pero no era el mejor momento, ya se encargaría de ella más tarde. Ahora lo que más necesitaba era una ducha, y relajarse, luego se permitiría pensar en cómo disfrutarla. Comenzó a desnudarse, llevando la ropa hacia el baño. Abrió el grifo del agua caliente, esperaría a que se calentara lo suficiente, para luego notar como casi le quemara en la piel. Volvió a la habitación, a buscar ropa limpia, rozando con la mirada, de nuevo, su trofeo. Se había divertido bastante esa noche, había vuelto a disfrutar, a sentirse vivo, y aunque lo de la mujer no entraba en sus planes, al final se la había traído. Su pequeño, dulce trofeo. Aunque en ese momento, lo que había en la cama, todavía maltrecha e inconsciente, distaba mucho de ser una mujer.

El sonido del agua le recordó que no podía distraerse. El baño ya estaba inundado de vapor, el agua ya estaría, quemando, tal y como la necesitaba. Dejó la ropa límpia a un lado y se internó en lo que ya era un ritual para él, para esas noches. Salió una hora después, cuando el agua que se escurría por el desagüe era ya simplemente agua. La mayor parte del tiempo lo dedicó al cabello, toda la sangre que le había salpicado se le había resecado. Se vistió, cogió la sucia ropa que había llevado y la metió en una bolsa, le era inservible ya. Dejó la bolsa tirada por el suelo, ya se encargaría de ella cuando se fuera. Se recogió el cabello y volvió a la habitación, ahora ya podía ocuparse de la mujer.

Volvió a sentarse en la cama, a su lado, volvió a recorrer su cuerpo, con sus dedos, apenas rozando su piel. Con suavidad, la volteó boca arriba, levantándose para ir a buscar la navaja que siempre llevaba en su abrigo. Volvió a su lado, sacando la hoja para cortar las cuerdas que todavía la mantenían atada. Tumbada boca arriba, estirada en la cama, la examinaba minuciosamente. Le molestaba cada cardenal que le rozaba, no podría hacer nada por ellos, solo dejar pasar el tiempo, las heridas ya eran otra cosa, podía encargarse de que apenas le quedaran cicatrices, odiaba acariciar piel que otros habían marcado. Con la navaja le fue cortando la poca ropa, destrozada, que le quedaba, mientras seguía acariciando su piel. Incluso le habían marcado los pechos. Los acarició con suavidad, recorriéndolos con las yemas de sus dedos, bajando, luego, suavemente por su vientre. Paró, cuando acariciaba uno de sus muslos. Se levantó y fue hacia el armario, una de sus viejas camisetas le serviría, la vistió con ella, la tapó con las sábanas y la dejó dormir. Rebuscó entre los armarios, sabía que por algún lado tendría ropa adecuada para ella. La dejó en un butacón que había al lado de la cama, tendría que conformarse con eso, de momento. Metió los inútiles harapos que la habían cubierto en otra bolsa, cogió la que había dejado en el baño, su abrigo y se fue.

lunes, 2 de marzo de 2009

Un libro en la estación

Un libro en la estación

En la vieja estación solía encontrar refugio todas esas tardes en las que necesitaba salir de casa después de haber discutido con sus padres, aunque nunca había ido allí cuando ya había anochecido. A esas horas el viejo edificio lucía más blanquecino, reflejando la poca luz de la media luna que había en el cielo. Le gustaba dejar pasar allí las horas, sentado en el suelo, apoyado en la pared, simplemente observando las viejas vías recubiertas de maleza y dejando su mente vagar. Pero esa noche estaba tan alterado que ni siquiera cerrando los ojos y subiendo el volumen de la música que sonaba en sus auriculares podía dejar de escuchar los gritos de su padre, que resonaban una y otra vez en su cabeza.

Abrió los ojos, y vio acercarse una muchacha con un libro bajo el brazo. Se la quedó mirando. Parecía que buscaba alguno de los viejos bancos que había habido para la gente que esperaba el tren. Pero del último que había sobrevivido tan solo quedaba un montón de madera podrida. La muchacha suspiró y se giró hacia donde estaba él. Se lo quedó mirando de la misma manera que había mirado la pared buscando un banco. Se acercó a él y se sentó a su lado, recolocándose la corta falda plisada intentando ocultar un pequeño cardenal que se había asomado por encima de la rodilla. Dejó el libro sobre sus piernas mientras su mirada vagaba por las viejas vías. Sus ojos oscuros brillaban reflejando la luna hasta que una solitaria lágrima logró abrirse camino por su mejilla. Él buscó dentro del bolsillo de su chaqueta, siempre solía llevar un paquete de pañuelos de papel, pero no lo encontró, y, sin ni siquiera darse cuenta, acercó uno de sus dedos para, con suavidad, borrar esa lágrima.

Ella se lo quedó mirando a los ojos tan solo unos instantes, para luego dejarse caer en su pecho mientras él pasaba su brazo por los hombros de ella en un torpe intento de reconfortarla. Permanecieron largo tiempo así, dejando que sus mentes siguieran vagando por las viejas vías. Hasta el momento en que ella deshizo el abrazo para levantarse, coger su libro e irse, y al querer él decirle algo, tan solo respondió con un gesto negativo con la cabeza. Aunque justo antes de salir de la estación se giró para volver a mirarle a los ojos mientras esbozaba una ligera sonrisa. Él volvió a subir el volumen de la música y cerró una vez más sus ojos, por unos instantes. Llevaba mucho tiempo ya allí y era hora de volver a casa.

Abrió los ojos, se levantó y caminó hacia la salida cuando sus pies tropezaron con lo que parecía una simple caja de zapatos. La abrió. Dentro tan solo había un viejo libro del cual sobresalía un marcapáginas. En él había escritos unos cuantos números, y un nombre. Volvió a guardar el libro en la caja y se la llevó a casa. No tenía nada que perder.

martes, 24 de febrero de 2009

El piano

Después de buscar unos cuantos días por las viejas libretas, he encontrado un pequeño relato escrito el verano pasado, inicio de una colección de relatos de 500 palabras.


El piano

Costaba hallar rincones tranquilos durante aquel verano de hace tantos años, ni siquiera en los jardines vallados de las casas ricas podía nadie sentarse a compartir ningún secreto, ya no quedaban confidentes. Tampoco existe, ahora, la casa dónde ocurrió, la derribaron, pero nadie ha podido volver a construir allí, dicen que el fantasma de aquel jardín es tan real como el elevado y sólido muro de ladrillos que al final han construido a su alrededor, pero los niños también lo dicen, alguien, o algo, desde dentro, intenta derribarlo. Nunca he querido creer la historia que de pequeño escuchaba en casa, por lo que nunca lo he relacionado con esos recuerdos, ni siquiera cuando el abuelo, en sus últimos días, pronunciaba ciertas palabras, ciertos nombres.

Madre me alejó de todos ellos, de la familia, de los amigos, de los recuerdos de un niño de apenas cinco años. Padre hacía un año que había desaparecido. Creo recordar que decían que el abuelo también había desaparecido durante unos años a su misma edad. A la misma edad que tengo yo ahora. He vuelto a casa.

Sentado en mi jardín, todavía selvático por el abandono de los años, recuerdo haber visto a padre irse, en medio de la noche. Un hombre le esperaba, pacientemente, en el jardín, en el mismo lugar donde ahora estoy. Tenía las manos detrás de la espalda. Miró hacia mi ventana, hacia mis ojos curiosos, y yo me perdí en los suyos, hasta que pasó un coche, iluminando a padre, mas el hombre parecía fundirse con la luz. El coche se alejó, y en el jardín tan solo se hallaba padre, abriendo la reja, y enterrando algo a sus pies.

No es posible que lo recuerde, en ese entonces yo era demasiado pequeño. Pero a los pies de la reja sí había encontrando lo que ahora apretaba mi mano. Una llave, de color verdoso, que eludía todo efecto moderno. Yo también iré, y sé que no volveré, porque no dejo familia atrás. Miro hacia mi vieja ventana, hacia el pequeño universo de mi infancia, y me parece estar de nuevo allí.

Dentro de la casa todo está cubierto por sábanas, como se hacía antiguamente, y por capas y capas de polvo, resultado de años y años de espera. Tendría que decidir qué iba a hacer con todo lo que había, pero ahora tan solo había venido a despedirme. Mientras camino por las habitaciones me doy cuenta de que apenas las reconozco ya, en mi memoria todo era más grande. Mi habitación, está tal y como la recordaba, el único recuerdo real, aunque influenciado también por el sueño de los años desarraigados.

Unas cuantas notas surgidas del piano del abuelo suenan en el comedor, y me traen recuerdos, otra vez, de mi infancia. Bajo al comedor, y allí está él, tocando el piano. Vuelve a mirarme, y vuelvo a perderme en sus ojos, como la otra vez. Me siento a escucharle, en silencio, y todo lo demás cuelga en el horizonte.

lunes, 9 de febrero de 2009

Obertura

Este blog es simplemente un tablón para exponer a quien quiera leerlo el resultado de mis inquietudes literarias, aunque también puede haber lugar para simples comentarios sobre el propio hobby de escribir.

Tan solo decir que todo comentario, toda crítica constructiva a cualquiera de los relatos, siempre es bienvenida.

Suelen ser las piezas musicales las que tienen "obertura" pero la narración también tiene su ritmo y su melodía, con lo que me ha parecido un buen título para lo que sería el inicio de este cuaderno literario.

Saludos a todos