sábado, 22 de diciembre de 2012

Pesadilla

Sigo revisando viejos textos que tengo acumulados por el ordenador. El siguiente es un texto del 30 de julio del 2010. Trabajo de trasfondo para una historia un poco más larga, una pesadilla recurrente de uno de los personajes principales que, en un principio, le tenía que hacer pensar en varias cosas, posibles paralelismos con su realidad. En su momento lo dejé a medias, porque la historia principal se fue hacia otros argumentos, pero poco después lo alargué un poco para dejarlo "acabado". Posteriormente escribí dos textos más sobre los personajes de esta "pesadilla" para completar un poco más la historia. Teniendo en cuenta esto, el siguiente sería el texto que concluiría esa trilogía.


Pesadilla

Huía.

Llevaba más de dos horas corriendo entre los árboles de aquel bosque que apenas había pisado en su vida. Paró durante unos minutos, exhausto, mientras se apoyaba en uno de los árboles que había para intentar recuperar algo de aliento. Pero lo único que consiguió fue volver a toser, y volver a sentir dolor en sus heridas, mientras su estómago se le revolvía. Escupió la bilis, entremezclada con la sangre que se le había acumulado en la boca y, una vez más, se limpió con la ya manchada manga de su camisa. Podía oír los cascos del caballo del hombre que le perseguía, cada vez más cercanos, y estaba dejando un rastro demasiado evidente. Sabía perfectamente que de vez en cuando le concedían cierta ventaja, y que todo eso se acabaría cuando se rindiera o cuando su amo se cansara de ese maldito juego. Pero nunca antes había utilizado un caballo.

Se incorporó, había estado demasiado tiempo apoyado en el mismo árbol. Intentó ignorar los quejidos de su dolorido cuerpo y volvió a correr, a huir, mientras deseaba no acabar desorientado, dando vueltas por la misma zona. Sabía perfectamente lo que le pasaría si lo capturaban, ya lo había visto antes.

Había tenido el desagradable honor, como favorito del amo, de ver como éste, cada vez que aborrecía alguno de sus juguetes, ideaba diversiones parecidas para luego regalarlos, o subastarlos o simplemente deshacerse de ellos si quedaban inservibles. Y ahora que alguien ocupaba su lugar, él ya no era necesario.

Siguió corriendo, las sombras de la noche comenzaban a aparecer y con suerte dejarían de perseguirle y podría ser libre. Tropezó con las raíces de un árbol y cayó al suelo. Al intentar incorporarse supo que había perdido al ver a su amo sonriéndole, cómo ya había hecho un año atrás, cuando entró a su servicio.

Las deudas de su padre le obligaron a buscar trabajo como criado. Su señor tan solo tenía un par de años más que él, y era el único ser de aquella zona que tenía el cabello dorado. Pero tan solo necesitó dos meses para ver la crueldad del ser al que debía llamar amo, para el que había pasado a ser un simple esclavo al que casi había encadenado a su lecho.

Se despertó mareado, a oscuras, desnudo y con las heridas vendadas. El suave tacto de las sábanas de seda que lo cubrían le decía que había vuelto al lugar que le habían arrebatado, pero su mente ya no quiso ir más allá. Las heridas de su cuerpo apenas le dolían, y un ligero sabor metálico inundaba su sed.

Poco a poco sus ojos se habían ido acostumbrando a la penumbra y al girarse le vio a él, a su amo, observándole y sonriendo. Se quedó inmóvil mientras su amo alargaba los brazos para rodear su cuerpo y atraerlo hacia él. Notó el frío aliento de su amo en su cuello, y en ese momento supo que esa noche iba a morir.

domingo, 11 de noviembre de 2012

El cigarrillo

El cigarrillo

La muchacha se giró, ofendida, y retrocedió sobre sus pasos, dejándole sumido en sus pensamientos, mientras fingía mirar por la ventana. Él esperó a oír el portazo y dejó caer la cortina y cogió el arma que había tenido que esconder en el momento en que ella llegó. Tenía que alejarla de allí, y solo conocía a una persona en quien podía confiar para ese cometido. Abrió el cajón que cerraba con llave de su escritorio y dejó la pistola mientras cogía el teléfono móvil que solía guardar al lado. Seguía encendido desde la noche anterior, lo había dejado, olvidado, junto con el arma, había cerrado el cajón con llave y no había vuelto a pensar en él hasta esa mañana. 

Llamó al único número que había en ese teléfono, esperó a que sonaran tres tonos y colgó. Lo dejó en la mesa y esperó mientras abría el otro cajón. Comprobó el contenido y lo cerró repentinamente al oír abrirse la puerta. No se giró, pero por la forma de cerrar la puerta y acercarse hasta la mesa sabía que era el hombre adecuado. 

- Deshazte de ella –le dijo, mientras seguía con la mirada clavada en su escritorio. 
- Te has cansado de ella – afirmó, el otro hombre, sonriendo. 
- Sí, ya lo sabes. Haz lo de siempre, y recupera los regalos que le hice. 

Volvió a oír la puerta abrirse y cerrarse. Esperó un par de minutos y volvió a abrir el segundo cajón. Dentro había un cenicero de vidrio, limpio, un paquete de tabaco y una cajetilla de cerillas. Cogió un cigarrillo y lo encendió con una de las cerillas, que dejó, apagada, en el cenicero. Le dio un par de caladas y se sorprendió cuando una mano le quitó el cigarrillo. Frunció el ceño y se giró, mirando directamente a los ojos al hombre con el que había estado hablando.

- Creía que ya te habías ido –dijo, casi como excusa. 

El otro hombre sonrió y le dio una calada también al cigarrillo. Le sobrepasaba unos diez centímetros de altura, quizá algo más, y otros tantos kilos ganados en el gimnasio. 

- No deberías fumar. Y no, sospechaba que ibas a hacerlo. 
- Creo que sigo siendo tu jefe –le miró, esperando que le devolviera el cigarro. 

No lo hizo, le dio otras dos caladas más y lo apago en el cenicero. Cogió el paquete de tabaco y lo abrió, le faltaban cinco cigarrillos. Negó con la cabeza, mirando a su jefe, metió el que había apagado en la cajetilla, cogió las cerillas y cerró el cajón. 

- Supongo que lo quieres para ahora mismo, te llevaré las cosas esta noche a tu casa –sonrió, mientras guardaba las cosas en el bolsillo del pantalón. –Nos vemos luego, jefe. 

Dio media vuelta y salió del despacho, dejando, de nuevo, la puerta cerrada. Él esperó unos minutos más, abrió un tercer cajón del escritorio y sacó otra cajetilla y un encendedor. Se encendió un segundo cigarrillo mientras sonreía. 


lunes, 30 de julio de 2012

El ángel

El ángel

Su vida tendría que continuar igual durante unos cuantos largos años más antes de que su mala suerte le arrastrara por las calles hasta, al final, morir a varios pasos de una alcantarilla. La misma alcantarilla que ahora podía casi rozar con sus maltrechos dedos. No debía haber bebido tanto whisky. Siempre que lo hacía acababa hablando más de la cuenta y metiéndose en problemas. Y no había sido buena idea liarse con la novia de un motero, encima de la propia moto de ese tío. Pero había resultado muy divertido. Sonrió con esfuerzo, recordándolo, un par de minutos más y el tío ni se hubiera enterado, y un par de patadas más, y estaría en el hospital en vez de estar, simplemente, tirado en un triste callejón.

Intentó incorporarse, pero tan solo consiguió toser, y volver a saborear su propia sangre en su boca. Desgraciadamente aquellas últimas semanas se había acostumbrado a ello. Giró sobre sí mismo, maldiciendo el dolor que notaba en sus costillas, y miró hacia el cielo, buscando su estrella. Le dolían los ojos, y lo veía todo borroso. Los cerró, apretándolos, durante unos segundos, y los volvió a abrir, encontrándose con los ojos verdes y el rostro angelical del demonio que le perseguía desde hacía un año. 

"Maurice."

Oyó que le llamaba por su nombre, pero en su mente, ni siquiera había movido los labios, le seguía sonriendo, sentado encima de él. 

"Maurice" volvió a oír en su mente, "te dije que me pertenecías, me he tenido que encargar de los dos, de ella por disfrutarte y de él por golpearte." Seguía sonriendo, hablándole sin mover los labios, sentado encima de él. Con una de sus manos jugaba con su cabello negro, comportándose igual que un niño tramando una travesura.

Maurice intentó moverse, le dolía el cuerpo de la paliza recibida, pero era incapaz de notar nada. Asustado, miró hacia el único lugar que podía, esos ojos verdes, y a través del cabello negro del chico intentó ver el cielo, pero no había ninguna estrella, ninguna de las que apenas media hora antes había visto.

"No busques nada", siguió sin mover los labios, mientras le acariciaba la mejilla, "allí arriba ya no hay sitio para ti, lo único que te queda es lo que quiera proporcionarte allá abajo".

Siguió acariciándole la mejilla apenas unos segundo más y bajó la mano por su cuello, y por encima de su camiseta hasta dejarla situada a la altura del corazón. Sus ojos verdes brillaron levemente mientras la mano parecía atravesar camiseta y carne, en dirección al corazón. Maurice gritó de dolor, pero tan solo en su mente, no se oyó ningún sonido, tan solo apareció una lágrima en el mismo momento en que vio como salía esa mano de su cuerpo.

"Todavía es pronto, eres joven, y no estás en el momento adecuado, te daré un año, o dos, y volveré a por ti, en este mismo lugar, pórtate bien, pequeño, y te llevaré conmigo a mi hogar."

lunes, 16 de julio de 2012

El cachorro

Personalmente no considero que el título sea el más correcto para este texto. Se trata de un simple texto de trasfondo para un hipotético personaje, que quizá, en algún momento, utilice.


El cachorro

Después de todo lo que había sucedido durante esa noche, lo único que podía hacer era ir recogiendo, uno por uno, todos los trozos de mobiliario que habían quedado esparcidos por toda la casa y sentarse a esperar. Su pequeño cachorro ya volvería, como siempre, aunque pasaran años entre esas idas y venidas. Si bien ese sentarse a esperar era una simple metáfora, ese mismo fin de semana ya estaría a muchos kilómetros de allí, en su propia casa, después de dejar listo el trabajo que le habían encargado, y devolvería ese hogar temporal a sus legítimos propietarios, que en ese mismo momento descansaban en un útil electrodoméstico que había encontrado en el sótano. Aunque lo único que podrían ya hacer esos ancianos era descongelarse y pudrirse. 


Se quedó mirando la pata de la silla que en ese momento tenía en la mano, y la dejó caer al suelo, era totalmente absurdo que comenzara a recoger aquel destrozo, y todo era culpa del chico, que lo estaba trastornando. Demasiado joven, demasiado enérgico, le recordaba demasiado a si mismo, cuando había sido joven como él, cuando le habían hecho lo mismo que le había hecho a él. Se acercó al único sofá que había quedado entero y se tumbó. Tenía que dejar de darle vueltas a la cabeza. El chico había conseguido que se planteara cosas que se suponía debía aceptar como ciertas. Tenía que dejar de darle tantas vueltas a la cabeza de una vez, si comenzaba a dudar acabaría muerto.


Notó el móvil vibrar debajo de su espalda. Malhumorado, gruñó mientras rebuscaba entre los cojines del sofá. Ni siquiera miró el mensaje. Se levantó y se fue hacia la habitación que había estado usando durante esos días. Necesitaba descansar, y las órdenes, o lo que fuera que le habían enviado, podían esperar hasta la noche siguiente. Miró aquel viejo colchón y le dio un par de patadas para volver a arrinconarlo y buscó una manta nueva. Seguía con la misma estúpida manía que había adoptado de su propio mentor. 

Minutos después, cuando la manta lo cubría por completo y su consciencia viajaba hacia su vieja Irlanda, el dichoso móvil volvió a sonar. Odiaba todos esos cachivaches electrónicos que parecían controlarle más a él que él a ellos. Los recuerdos de su vieja tierra intentaban retenerlo, pero su mente le advirtió que la dichosa musiquita no era la habitual. 

Abrió un ojo con dificultad y alargó la mano para cogerlo. Toqueteó los botones del móvil hasta poder leer el mensaje, y sonrió. Uno de sus peones había hecho bien su trabajo, y ahora podría tener al chico localizado siempre que quisiera. Tendría que felicitar, y eliminar, a ese peón unas horas más tarde, cuando le viera para entregarle su paga. Cortaría todo tipo de vinculación con aquel lugar, y se iría a la siguiente ciudad que le indicaran, simple rutina, hasta que se cargara al jefe, o el chico se lo cargara a él. Cerró los ojos, pensando en ello.

domingo, 10 de junio de 2012

Adiós

Antes de poner el texto, me gustaría hacer un par de comentarios. Se trata de un texto de temática bastante problemática, pero yo únicamente lo quiero ver tal y como lo enfoqué para escribirlo, un simple ejercicio más de narrativa. Es ficción, tan solo ficción, no algo que me agrade, ni que esté de acuerdo con ello. Es fácil escribir cosas que gustan, resultan relativamente fáciles, y así como dicen, sobre el cine, que los grandes papeles son los de los antagonistas, escribir sobre cosas que no nos gustan, que odiamos, o que estamos en contra, desde el punto de vista antagónico al nuestro, es un interesante ejercicio.

Por último, repetir otra vez que es tan solo ficción.

Adiós

Has cumplido tu promesa, y me has dejado atrás. Tal y como me estuviste jurando durante estos dos últimos años cada vez que te enfadabas. Pero tus planes salieron todos al revés, y eres tú quien ahora tiene una bonita lápida, y no yo. Y cada vez que vengo a visitarla, las pocas veces que logro escapar del control de mis padres, creo todavía oír tus gritos, sentir tus miradas y notar todo ese dolor, con el que marcaste y educaste mi cuerpo, en el que todavía puedo ver, en los brazos y las piernas, las cicatrices de los cortes con los que sofocaste mi rebeldía hasta disciplinarme. Y también recuerdo todo ese tiempo en el que era un objeto más de tu equipaje, mientras recorrías, huyendo, kilómetros y kilómetros de las carreteras secundarias de medio país, durmiendo en casi cualquier parte, para acabar, al final, despertándome entre tus brazos. Siempre decías que había que tener amigos en el infierno, y todavía no sé si es cierto que los tengas en ese lugar, pero sí que los hay en el camino que lleva hasta él, los suficientes para devolverme a mis padres, enterrar un ataúd vacío y borrar tu existencia.

domingo, 27 de mayo de 2012

Código de Honor

Otro viejo texto, encontrado entre papeles. Se trata de algo entre ejercicio y trasfondo de personajes. Desarrollo, o al menos un intento, de una idea para quizás desarrollarla más adelante.


No lo podía entender. Después de tantos años persiguiéndolo y de casi lograr atraparlo unos meses antes, ahora le salvaba la vida. O eso parecía. Pero después de tanto tiempo de silencio había vuelto a aparecer, para arrancarlo del coche, herido por el accidente, antes de que éste explotara y él perdiera la consciencia. En algún momento un destello de lucidez le hizo entrever lo que quizás era un quirófano improvisado, pero volvió a hundirse en sus pesadillas. De tanto en tanto su consciencia volvía, a veces eran tan solo sonidos inconexos, otras veces le parecía poder ver dónde estaba, lo que parecía la habitación de un motel de carretera. Intentaba delinear en su memoria los difusos muebles que lo rodeaban cada vez que entraba por la ventana, medio tapada, algo de luz proveniente de los coches que de tarde en tarde pasaban por al lado. Pero luego todo eso también aparecía en sus pesadillas.

Hasta que al final se despertó. Y se encontró donde imaginaba, esa habitación que ya se había instalado en su cabeza. Mareado, intentó levantarse de la cama, para descubrir que llevaba casi todo el cuerpo vendado y los pantalones de un horrible pijama. Poco a poco se dirigió al lavabo, para intentar despejarse la cabeza con algo de agua. Pero después de unos segundos en los que las tuberías de la vieja instalación temblaron, el grifo tan solo escupió agua demasiado sucia de óxido y barro. Volvió a cerrarlo y le pareció oír el sonido de una puerta cerrándose, a lo que le acompañó un demasiado conocido acento ruso.

-          Veo que ya te has levantado, aunque todavía no deberías haberlo hecho.

Y sin comprender el porqué le hizo caso, y volvió a la cama, para luego sentarse y  encararse con el que durante cinco años estaba siendo su mayor enemigo.

-          ¿Por qué has hecho esto?
-          Sería una lástima que nuestra relación profesional hubiera acabado de esa forma, ¿no crees?
-          Mataste a mi novia.
-          Era policía, se podría decir que fue en defensa propia.
-          Asesino.
-          Es tan solo mi profesión, no lo escupas como si fuera un insulto.

Volvió a marearse, y cerró los ojos mientras se tumbaba, quizás pasaron unos segundos, o un par de horas, pro al volverlos a abrir lo vio sentado en una butaca viendo en el televisor uno de los aburridos seriales que emitían a media mañana.

-          Te he traído el desayuno, y por cierto, de nada.
-          ¿Que?
-          Supongo que por nada, es curioso, también compartimos grupo sanguíneo.
-          ¿También?
-          Sí, a parte de haber compartido una mujer.

Tan solo al oír eso volvió a incorporarse todo lo que el dolor de sus heridas le permitió. Su enemigo se levantó de la butaca y se sentó en la cama a su lado y mientras le ayudaba a tumbarse le susurró al oído.

-          Siempre podemos solucionarlo a vuestro viejo estilo. Pero cuando te hayas recuperado. Cerca de aquí hay un descampado, podemos solucionarlo con un par de revólveres con una bala cada uno.
 

Leyéndolo con la perspectiva de los años, creo que quizá, alguna parte del texto, pueda desarrollarla mejor más adelante.




 
 

domingo, 20 de mayo de 2012

La sombra


Otro viejo texto que tenía entre un montón de papeles acumulados.
 
La sombra.

Tenía cinco años cuando se dio cuenta de que la sombra, que creía que tan solo era parte de sus pesadillas, no desaparecería por mucho que él creciera. Esa intuición no le había impedido fingir ante sus amigos que él también dejaba atrás la infancia. Año tras año, cada verano guardaba en una caja todos aquellos juguetes, al inicio, y libros y cachivaches que ya no usaba y se almacenaba en el trastero, como la última incorporación a la fila india que formaban los años que ya había vivido. Y había intentado guardar, en cada una de ellas, el recuerdo de la sombra que lo visitaba.

Llegó la adolescencia, y poco después el primer amor. Un año entero de medias promesas y palabras vacías que desencadenarían el absurdo insomnio que lo mantenía, cada noche del sexto día de cada mes, despierto, al lado de la ventana, arañando el vidrio en busca de esa sombra que esas noches nunca aparecía. 

Y después de ese primer amor ya no vino ninguno más, tan solo muchachas con las que intentaba evadirse por las noches, y que dejaba atrás a la mañana siguiente, ignorando todas las lágrimas, golpes e insultos con que ellas, al final, lo trataban.

Y al final también las abandonó a ellas, y acabó, a sus veinte años, encerrado en la rutina de ir y venir de su trabajo a su casa, que alguien le había dejado en herencia, acumulando noches de insomnio, sentándose, cada una de ellas, al lado de una ventana diferente, arañando los vidrios con la mirada perdida.

A los veintidós años seguía teniendo tan solo los muebles de la cocina y un colchón en el suelo en su casa. Y la misma noche de su cumpleaños, horas después de estar observando el vacío a través del vidrio de una de las ventanas, cogió la vieja llave que, desde que recordaba, había llevado colgada al cuello, y que abría la cerradura del desván. 

Entró, cerrando los ojos, y aspiró parte del polvo que había allí acumulado, haciéndole toser. Abrió los ojos y esperó unos minutos hasta que se acostumbró a la poca claridad que entraba por la ventana. Apiladas, en una de las paredes, estaban todas sus viejas cajas, las únicas cosas que conservaba de la casa de sus padres. Se acercó a ellas y pasó la mano por las que estaban encima, dejando los surcos de sus dedos marcados en el polvo.

Las abrió, una a una, sin importarle los números que habían marcados, los años que tenía cuando había ido cerrándolas. Lanzaba las tapas al suelo, sin preocuparse por ellas, levantando el polvo que había por el suelo, tan solo interrumpido por los dos rastros de huellas que había dejado. Vació las cajas de lo único que para él contenían, aquellos retales de la sombra que había intentado atrapar durante tantos años. Volvió a la ventana, a mirar hacia el vacío, rascando el vidrio, hasta que vio, al lado de su reflejo, su mismo reflejo, sonriéndole.