Intento de fuga
Era la tercera vez que
intentaba escapar de allí, y había logrado llegar mucho más lejos que en los
anteriores intentos. Me había esforzado por ser listo, harto de que me
repitiera, una y otra vez, lo idiota que era, con su estúpida sonrisa de
autosuficiencia, mientras yo sufría mi castigo. Todavía no han acabado de
cicatrizar las heridas de mi espalda de la última vez. Pero ya no volverá a
atraparme. Durante el día suele encerrarse en su biblioteca, y no reclama a
ninguno de sus criados, y, como castigo a mis intentos de fuga, me había
relegado a faenas tediosas que me mantenían aislado la mayor parte de la
jornada.
Entre las copas de los
árboles puedo ver como el cielo se va tiñendo con los colores del atardecer.
Ahora llega lo peor. En poco rato comprobará cómo he aprovechado la oportunidad
que me ha dado, encargándose de que nadie se preocupara de mí desde el amanecer
hasta el anochecer. Dándome todas estas horas de margen. Pensar eso me hacía
plantearme si ése no era su propósito, para él era mejor que me escapara que
tener que echarme, pudiendo volver a capturarme y castigarme. No iba a quedarse
sin hacer nada. Pero, si lograba sobrevivir esa noche, sin que me atraparan,
sería libre.
La luna ya domina en el
cielo, y me estoy muriendo de frío. Podría haberme acercado al pueblo en vez de
adentrarme en el bosque, pero prefiero morir congelado al castigo que
seguramente tiene pensado para mí. Mi refugio para esta noche es un simple
agujero en el tronco de un viejo árbol que partió un rayo. Estoy temblando de
frío, y de miedo. Me abrazo más fuertemente a mis piernas. Me siento como si él
estuviera allí fuera, esperando, pacientemente, a que me rinda y salga. Dejaré
pasar las horas mientras intento descansar. Mañana por la mañana tendré que
continuar huyendo.
Los primeros rayos del sol
irritan mis ojos, mientras sigo en el agujero del árbol. Las heridas de la
espalda me duelen, incluso más que ayer, pero no puedo quedarme aquí más
tiempo. He tenido suerte, o quizás, no le sirvo para nada. Salgo del agujero
con dificultad, las piernas me duelen de haber estado tantas horas con las
rodillas dobladas, e intenté alejarme de allí. Tengo hambre y sed, y por suerte
encuentro un pequeño lago un rato después. Y mientras bebo de ese agua me veo reflejado,
y mi reflejo me devuelve una mirada enferma.
Me puse en pie, y volví a
correr, intentando obviar todos los calambres que me dan en las piernas, y el
ardor de mis heridas con el sudor. Tenía que darme prisa, si quería llegar a
tiempo, quizás no habían notado mi ausencia. Pero, ni siquiera sé donde estoy,
y no recuerdo nada del camino que hice ayer.
Llego justo antes de la
cena. Nadie parece haberse percatado de mi ausencia, y me refugio en el
establo, hasta que levanto la mirada, y le veo sonriéndome.