lunes, 17 de junio de 2013

La noche del regreso

Primera parte de Errantes Indómitos, escrito el 22/04/11


La noche del regreso

Se encontraba a quince metros de la entrada del que había sido su local. Estaba sentado en lo alto de un viejo muro de ladrillos a medio levantar que delimitaba un solar en el que ya no se construiría nada. Observaba a los jóvenes que deambulaba por allí, sus viejos amigos, o así quería pensar que era. Los miraba desde lejos, y desde sus recuerdos. Hacía apenas año y medio que había desaparecido sin dejar rastro, al menos para ellos. Había vuelto a la ciudad, y decidió que podría averiguar si todo continuaba bien, si ellos estaban bien. Durante las tres últimas noches había estado allí sentado, observándolos, estudiando y analizando cada cambio que veía. Sonrió mientras dejaba que esos pensamientos salieran de su mente. En realidad no tenía ninguna necesidad de comportarse de esa forma. Les había llegado a conocer mejor de lo que ellos mismos se conocían y le conocían a él.

Se dejó caer del muro y sacudió el poco polvo que había en su abrigo de cuero negro. Se acercó un poco más a donde estaban mientras soltaba su cabello de la coleta que se había hecho al salir del hotel, y se apoyó en una de las paredes de aquel callejón a unos pasos del círculo de luz que proyectaba la última farola. No quería que le vieran, aunque sabía que nadie miraría hacia allí, ninguno de ellos esperaba que él estuviera a tan solo unos pasos. Estuvo observándoles, como había hecho esas últimas noches, entrar y salir del local, hasta que le vio llegar a él. Eso era lo que había estado esperando en realidad durante aquellas noches. Sonrió con nostalgia, hacía año y medio que le había visto por última vez, y en realidad le parecía que había pasado toda una vida.

Quizás él sentía rencor, por todo lo que le había hecho aquella noche en Berlín. Pensándolo fríamente, le había jodido la vida en aquel sótano frío y luego lo había dejado tirado. Dejándole las suficientes pistas para que pensara que nunca volvería. Sabía por experiencia que para ese dolor el odio era la mejor medicina que existía. Sacó la pitillera de plata que él le había regalado y que siempre llevaba en uno de sus bolsillos. Se llevó uno de aquellos caros cigarrillos a los labios mientras le veía girarse, extrañado, como si hubiera visto un fantasma que se le escapaba por el rabillo del ojo. Quizás había sido el pensar en él, en aquella noche, que, de alguna forma, había vuelto a conectar sus mentes. Le veía escudriñar en la oscuridad, buscando algo, sin darse cuenta de que le estaba mirando a los ojos. Encendió el cigarrillo con su zippo, creando momentáneamente un poco de luz, que iluminó parte de su rostro. Dejándose ver, arriesgándose demasiado y casi rompiendo lo que se había prometido. Durante un segundo. Le vio, volviéndose a girar para responder la pregunta que le había formulado uno de sus amigos, y entrando al local con ellos, sin mirar hacia atrás.

A medio cigarrillo vio cómo entraban los pocos que todavía estaban merodeando por delante de la puerta y se quedó a solas en aquella zona. Cerró los ojos, recordándose porqué estaba allí, y porqué no debía decirle nada por mucho que lo desease. Volvió a sonreír, y volvió a dejar la mente en blanco eliminando los pensamientos que le hacían dudar. Debía mantenerse en la decisión que había tomado aquella noche, en Berlín, quizás de forma apresurada. Lo había hecho evaluando todos los riesgos, sabiendo que era el candidato correcto, aunque él en realidad nunca lo pidiera. Había aprendido de su primer error, con ella se dejó llevar por lo que había dejado atrás, por lo que le habían obligado a dejar atrás, y al final se había vuelto en su contra. No tan solo eso. Ella se había convertido en todo lo que odiaba. Pero, incluso así, el dolor le atravesó el alma al verla desaparecer para siempre, aquella misma noche, en Berlín, año y medio atrás. Una vida se va y otra viene.

No.

No tenía ningún sentido engañarse ahora, si nunca antes había tenido la necesidad de hacerlo. Aquella noche había quitado dos vidas, y no era nadie para decir qué era lo que había dado. Tendría que volver otra noche para que él se lo dijera, si es que lograba tener esa oportunidad. Tiró lo que quedaba del cigarrillo al suelo antes de que le quemara los dedos. Debía intentar dejar ese mal vicio, que no le llevaba a nada, en realidad, y que tan solo le traía recuerdos.

- Alex –oír su nombre le devolvió a la realidad.

Se giró, se había perdido tanto en sus pensamientos que no había oído llegar al francés.

- Laurent –le saludó, con un leve gesto de cabeza.

- Tus hermanos te estamos esperando –le dijo el aludido, y sonrió.

Alex se lo quedó mirando, unos segundos. Laurent mostraba su imagen de siempre, la misma con la que lo había conocido en París. Media melena rubia de corte siempre recién hecho, traje a medida y mocasines de piel. Un viejo rólex y un pequeño anillo de oro en el meñique de la mano izquierda, que había sido la alianza de boda de su mujer. Totalmente distante a la imagen que daba él, moreno, de cabello descuidado, vestido totalmente de negro, calzando botas con hebillas, y cargado de anillos y colgantes de plata. Objetivamente, nadie podía asegurar que fueran amigos, o ni siquiera que pudieran conocerse. Laurent esperó su respuesta, durante esos pocos segundos, con gesto serio en su rostro.

- Haces que parezca una secta –le dijo al final Alex, sonriendo.

- No, eso ya quedó atrás –sonrió Laurent. –Sabía que te encontraría aquí. Ya estamos todos, casi todos.

Alex se acercó a él y se fundieron en un abrazo.

- ¿Tan previsible soy? –le preguntó mientras sonreía.

- No, pero eres nuestro hermano, y sabíamos que vendrías a verle.

Alex le golpeó suavemente en el hombro y se alejaron de aquel callejón.

domingo, 16 de junio de 2013

Los Errantes Indómitos

Hace un par de años diseñé una serie de personajes, cinco en total, que de una forma u otra estaban relacionados entre sí. Los pensé para una historia, que nunca ha llegado a ser nada más que una idea apuntada en una lista de ideas dejadas para más adelante. No sé si alguna vez rescataré esa idea, pero a lo largo de estos meses he estado escribiendo relatos cortos, ideas, conversaciones, entre esos personajes. He escrito diez en total, los publicaré con el orden cronológico en que los escribí, pero no en el orden cronológico de la posible historia que los relacionaría.  A esta serie de relatos le he dado el mismo nombre que tiene el blog, porque cuando comencé a publicar mis relatos tenía estos personajes muy en mente, y casi puedo decir que bauticé el blog en honor a ellos.