Este pequeño relato inacabado lo tengo fechado del 02/08/2011. Lo comencé con una idea, lo acabé con otra y al releerlo, tiempo después, encuentro el personaje medio definido interesante para ser un secundario de alguna historia más larga. Como siempre, los comentarios y críticas son bienvenidos.
La sombra
Tenía cinco años cuando se
dio cuenta de que la sombra, que creía que tan solo era parte de sus
pesadillas, no desaparecería por mucho que él creciera. Esa intuición no le
había impedido fingir ante sus amigos que él también dejaba atrás la infancia.
Año tras año, cada verano guardaba en una caja todos aquellos juguetes, al
inicio, y libros y cachivaches que ya no usaba y se almacenaba en el trastero,
como la última incorporación a la fila india que formaban los años que ya había
vivido. Y había intentado guardar, en cada una de ellas, el recuerdo de la
sombra que lo visitaba.
Llegó la adolescencia, y poco después el
primer amor. Un año entero de medias promesas y palabras vacías que
desencadenarían el absurdo insomnio que lo mantenía, cada noche del sexto día
de cada mes, despierto, al lado de la ventana, arañando el vidrio en busca de
esa sombra que esas noches nunca aparecía.
Y después de ese primer amor ya no vino ninguno
más, tan solo muchachas con las que intentaba evadirse por las noches, y que
dejaba atrás a la mañana siguiente, ignorando todas las lágrimas, golpes e
insultos con que ellas, al final, lo trataban.
Y al final también las abandonó a ellas, y acabó, a
sus veinte años, encerrado en la rutina de ir y venir de su trabajo a su casa,
que alguien le había dejado en herencia, acumulando noches de insomnio,
sentándose, cada una de ellas, al lado de una ventana diferente, arañando
los vidrios con la mirada perdida.
A los veintidós años seguía teniendo tan solo los
muebles de la cocina y un colchón en el suelo en su casa. Y la misma noche de
su cumpleaños, horas después de estar observando el vacío a través del vidrio
de una de las ventanas, cogió la vieja llave que, desde que recordaba, había
llevado colgada al cuello, y que abría la cerradura del desván.
Entró, cerrando los ojos, y aspiró parte del polvo
que había allí acumulado, haciéndole toser. Abrió los ojos y esperó unos
minutos hasta que se acostumbró a la poca claridad que entraba por la ventana.
Apiladas, en una de las paredes, estaban todas sus viejas cajas, las únicas
cosas que conservaba de la casa de sus padres. Se acercó a ellas y pasó la mano
por las que estaban encima, dejando los surcos de sus dedos marcados en el
polvo.
Las abrió, una a una, sin
importarle los números que había marcados, los años que tenía cuando había ido
cerrándolas. Lanzaba las tapas al suelo, sin preocuparse por ellas, levantando
el polvo que había por el suelo, tan solo interrumpido por los dos rastros de
huellas que había dejado. Vació las cajas de lo único que para él contenían,
aquellos retales de la sombra que había intentado atrapar durante tantos años.
Volvió a la ventana, a mirar hacia el vacío, rascando el vidrio, hasta que vio,
al lado de su reflejo, su mismo reflejo, sonriéndole.