lunes, 13 de julio de 2009

La piedra

La piedra

Su reloj marcaba las doce y un minuto del mediodía cuando lo guardó en su bolsillo. Alrededor suyo tan solo había unas cuantas personas más, desconocidos, paseando por la sala. Se retrasaba, algo había ido mal. Volvió a recorrer la sala, esquivando a los desconocidos, pausadamente, intentando no perturbar el silencio que había, que las estatuas que allí descansaban llenaban con sus miradas mudas, hasta volver al inicio de su recorrido. El centro de aquella habitación, delante de la piedra. Aquel trozo de roca que había permitido descifrar muchos de los misterios perdidos de la historia. Sonrió, y su reflejo en la vitrina le devolvió la sonrisa. Volvían a su cabeza tantos recuerdos, pequeños fragmentos de su infancia, cuando todavía no había pasado nada y podía soñar despierto, sumergirse en fantasías inventando historias a partir de las imágenes de aquellos libros que ya no recordaba. Una llave que descubría muchos secretos, y que ahora ya solo la llamaban piedra. Volvió a sonreír y le pareció que las estatuas le devolvían esa sonrisa. Pero todo lo demás ya eran recuerdos arrasados, perdidos en algún lugar, junto con su infancia.

Había tardado casi una semana en poder ir al museo. Desde que había llegado a Londres había estado casi todos los días encerrado en el hotel, ultimando y asegurando los últimos detalles de su visita. Pero le gustaba volver a aquella sala, como cada vez que iba a aquella ciudad, esperando que ella pudiera ofrecerle alguna respuesta a sus preguntas, aunque quizás necesitaba otra clave para poder resolver sus propios enigmas. Mas realmente esperaba que esa llave nunca existiera, así nadie podría perturbarlo. Casi nadie.

Doce y cinco cuando volvió a guardar su reloj. Lo repasaba todo otra vez en su mente, cerciorándose de que todo estaba hecho tal y como había planeado, asegurándose de no haberse olvidado nada. De haberle dejado el camino limpio y libre de paso. Quizás lo tuviera todo tan mecanizado que se hubiera olvidado de algo, pero eso no era probable, lo habían acostumbrado a asegurarlo todo varias veces.

Intentó distraerse, leyendo de nuevo la placa informativa que ya se sabía de memoria. Oyó sus pasos momentos antes de que un leve reflejo cristalizara en la vitrina delante suyo, acompañado de un conocido acento norteamericano.

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