martes, 19 de abril de 2011

5 am

5 am.

Encendí la luz de la mesita de noche. Las cinco de la mañana. Alguien pulsaba una y otra vez el timbre de mi apartamento. Iría a dar una ojeada por la mirilla, antes de que la vecina llamara a la policía, si es que no lo hacía yo antes. Después de mirar, me apoyé, de espaldas, en la puerta, deseando que se fuera y me dejara dormir. Era otra vez ese maldito ruso que ya me había jodido la vida tres años atrás. Cogí aire, notando la presión de mis uñas en las palmas de mis manos. Me paré un segundo a pensar qué día era. El muy cabrón había decidido volver el día que hacía tres años que había desaparecido dejando un simple "adiós" mal escrito en una nota en la nevera. Había decidido ignorarle y continuar durmiendo cuando él volvió a insistir con el timbre, y al final abrí.

Se apoyaba en el dintel de la puerta incapaz de mantenerse erguido, la ropa que llevaba estaba destrozada, y sucia, igual que su pelo, rubio. Lo tenía tan grasiento que se le pegaba a la cara como si fuera barro húmedo. Intentó apartárselo de delante de los ojos para poder enfocarme bien. Apestaba a alcohol.

- ¿Tienes vodka? - me preguntó mientras intentaba erguirse un poco y acercarse a mí. Apestaba a  alcohol, sí, todo él, menos su aliento. 

- No -le respondí- hace tres años tiré el que quedaba por el desagüe -iba a cerrar la puerta cuando me lo impidió y entró, ignorándome, directamente hacia la cocina.

Cerré la puerta y le seguí. Había ido abriendo todos los armarios, llevaba un vaso en una mano, y rebuscaba dentro de la nevera.

- Te he dicho que no tengo, y ahora lárgate de mi casa -le grité, pero me siguió ignorando y buscando. 

- Esto me sirve -me mostró una botella de agua que había cogido con la otra mano.


La dejó, junto con el vaso, al lado de la nevera y la cerró. Volvió a cogerlos y se sentó encima de la encimera de mármol, como solía hacer, golpeándose con uno de los armarios. Se llenó el vaso de agua y fue bebiéndoselo poco a poco, ignorando mis preguntas, mis amenazas y mis gritos, hasta que me harté.

- Eso no es vodka -le dije al final, sintiendo que me rendía. 

-Tiene el mismo color, ya me sirve -respondió, sonriendo, y añadiendo algo más, casi en un susurro, en su idioma. 

- Voy a ducharme -dije al fin, después de verle beber el tercer vaso de agua. 

- Como si estuvieras en tu casa -me respondió, sonriendo. 

Volví a mi habitación, ignorando la forma en la que me miraba. Si no me daba prisa llegaría tarde al trabajo. Me duché rápido y me vestí, y en cuanto volví a la cocina, le vi buscando una nueva botella de agua. Le volví a pedir que se fuera, y él me atravesó con sus ojos de color plata.

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