Personalmente no considero que el título sea el más correcto para este texto. Se trata de un simple texto de trasfondo para un hipotético personaje, que quizá, en algún momento, utilice.
El cachorro
Después de todo lo que había sucedido
durante esa noche, lo único que podía hacer era ir recogiendo, uno por uno,
todos los trozos de mobiliario que habían quedado esparcidos por toda la casa y
sentarse a esperar. Su pequeño cachorro ya volvería, como siempre, aunque
pasaran años entre esas idas y venidas. Si bien ese sentarse a esperar era una
simple metáfora, ese mismo fin de semana ya estaría a muchos kilómetros de
allí, en su propia casa, después de dejar listo el trabajo que le habían
encargado, y devolvería ese hogar temporal a sus legítimos propietarios, que en
ese mismo momento descansaban en un útil electrodoméstico que había encontrado
en el sótano. Aunque lo único que podrían ya hacer esos ancianos era
descongelarse y pudrirse.
Se quedó mirando la pata de la silla que en ese momento tenía en la mano, y la
dejó caer al suelo, era totalmente absurdo que comenzara a recoger aquel
destrozo, y todo era culpa del chico, que lo estaba trastornando. Demasiado
joven, demasiado enérgico, le recordaba demasiado a si mismo, cuando había sido
joven como él, cuando le habían hecho lo mismo que le había hecho a él. Se
acercó al único sofá que había quedado entero y se tumbó. Tenía que dejar de
darle vueltas a la cabeza. El chico había conseguido que se planteara cosas que
se suponía debía aceptar como ciertas. Tenía que dejar de darle tantas vueltas
a la cabeza de una vez, si comenzaba a dudar acabaría muerto.
Notó el móvil vibrar debajo de su espalda. Malhumorado, gruñó mientras
rebuscaba entre los cojines del sofá. Ni siquiera miró el mensaje. Se levantó y
se fue hacia la habitación que había estado usando durante esos días.
Necesitaba descansar, y las órdenes, o lo que fuera que le habían enviado,
podían esperar hasta la noche siguiente. Miró aquel viejo colchón y le dio
un par de patadas para volver a arrinconarlo y buscó una manta nueva. Seguía
con la misma estúpida manía que había adoptado de su propio mentor.
Minutos después, cuando la manta
lo cubría por completo y su consciencia viajaba hacia su vieja
Irlanda, el dichoso móvil volvió a sonar. Odiaba todos esos cachivaches
electrónicos que parecían controlarle más a él que él a ellos. Los recuerdos de
su vieja tierra intentaban retenerlo, pero su mente le advirtió que la dichosa
musiquita no era la habitual.
Abrió un ojo con dificultad y alargó la
mano para cogerlo. Toqueteó los botones del móvil hasta poder leer el mensaje,
y sonrió. Uno de sus peones había hecho bien su trabajo, y ahora podría tener
al chico localizado siempre que quisiera. Tendría que felicitar, y eliminar, a
ese peón unas horas más tarde, cuando le viera para entregarle su paga.
Cortaría todo tipo de vinculación con aquel lugar, y se iría a la siguiente
ciudad que le indicaran, simple rutina, hasta que se cargara al jefe, o el
chico se lo cargara a él. Cerró los ojos, pensando en ello.
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