Intenté decírtelo
“Intenté decírtelo.”
¿Cuántas veces
había tenido que pedir disculpas por algo de lo que no era del todo culpable?
Después de tantos años ya ni le importaba. Eran tan solo dos tristes palabras
que para él ya habían perdido su sentido, y que usaba de comodín cada vez que
necesitaba una excusa rápida. Tan solo habían pasado tres minutos desde la
última vez que las había pronunciado, y dos desde que ella se había ido,
después de abofetearlo. El vaso de vino
que había habido en la mesa, entre ellos, se había volcado, manchando la camisa
nueva que había dejado preparada para ir a cenar con ella.
Se dejó caer en el sofá, encima del mando a distancia que ni
siquiera había visto, haciendo que se encendiera el televisor y la casa se
llenara de los gemidos obscenos de la película pornográfica que el deuvedé
todavía reproducía. Se arqueó para sacar el mando de debajo de su cuerpo sin
levantarse. Apagó el televisor y tiró el mando hacia la mesa, con tanta fuerza
que acabó cayendo al suelo. Ya se podía olvidar de la mesa que había reservado
dos meses atrás en uno de los mejores restaurantes de la ciudad, a no ser que
pagara por la compañía. Al final se obligó a levantarse del sofá y fue al
lavabo para afeitarse la poca barba que le había crecido esos últimos días.
Volvió en si un rato después, se había quedado en babia mirando hacia el espejo
con una mueca extraña. Se sentía muy estúpido, acabó de afeitarse y volvió al
sofá.
Apenas había cerrado los ojos cuando oyó su teléfono. Alargó
la mano hacia la nada antes de recordar que lo tenía en la habitación y decidió
ignorarlo. Lo oyó sonar tres veces más y al final, harto, se levantó para
apagarlo. Maldijo al golpearse los dedos del pie con el marco de la puerta de
su habitación y, cojeando, llegó hasta la mesita de noche. El teléfono dejó de
sonar, por quinta vez, y le avisó de la llamada de un mensaje. Número de
teléfono oculto, pero igualmente lo abrió. Una hora y un lugar. Sonrió
desganado. Un desconocido le proponía algo parecido a una cita, a la misma hora
y restaurante en el que pensaba pedir matrimonio a su chica, y siendo una
sorpresa, dudaba que fuera ella quien le llamaba.
La llamó, le costó casi diez minutos armarse de valor, y ella
tan solo le dijo que pasaría al día siguiente a buscar sus cosas y que no
quería verle más. Colgó y dejó caer el teléfono al suelo. Abrió el armario y
buscó otra camisa. Acabó de vestirse y se puso los zapatos nuevos. Cogió la
chaqueta, las llaves del coche y se fue.
Entró en el restaurante y se encontró la mesa que había
reservado ocupada por otro hombre. No le reconoció hasta que se giró y lo
saludó. Su viejo compañero de universidad. Sonrió, devolviéndole el saludo y se
sentó a su lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario