Mala tarde en el bar.
Otras cosas que no tenían nada que ver con
todo aquello hicieron que volviera a recordarlo. Y no encontró mejor forma que
hacerlo que acabar en el bar de siempre, lanzando dardos a la diana acompañado
de ya la tercera copa de vodka de la tarde. Y con cada trago mejoraba su
puntería. O tan solo se lo tomaba más en serio. Podría jugar quizás un par de
partidas más antes de que el local estuviera lleno de humo, y el picor en los
ojos le acabara de sacar de quicio.
Le dio un último trago a la copa que tenía
encima de la mesa y comenzó a repiquetear con los dedos en la silla. Cerró los
ojos e intentó recordar, con más detalle, los viejos tiempos que había vivido
aquel bar. Su abuelo lo había llevado cuando apenas tenía edad para recordar
las cosas, y le había enseñado, durante toda su adolescencia, a extraer
provecho de todos los negocios que allí se hacían. Abrió los ojos, y a través
de la niebla de su mareo vio a la camarera que le había servido el último
vodka. Estaba de perfil, pero en ese instante se giró, cruzaron sus miradas y
ella sonrió. Poco después la camarera le dejó una nueva copa en la mesa,
mientras él intentaba recordar cuánto tiempo había pasado desde la última vez
que la había tenido de rodillas en el lavabo.
Resopló, intentando eliminar esa imagen de
su mente.
Su debilidad por las mujeres acabaría con
su vida, o como mínimo con su hígado. Cogió el vaso pero apenas se mojó los
labios mientras observaba a su alrededor. La gente de media tarde ya no estaba,
y todavía faltaban un par de horas para que comenzaran a llegar sus clientes, y
si seguía bebiendo a ese ritmo estaría inconsciente antes de la primera
reunión. Lo dejó de nuevo en la mesa, clavando la vista, inconscientemente, en
el anillo que llevaba en el dedo. Emma, su querida Emma, llevaba dos
semanas fuera de la ciudad. Se había comportado durante los dos primeros días,
pero a partir del tercero se había dedicado a perseguir casi cualquier falda
con la que se cruzaba.
Un suave golpeteo en la mesa lo devolvió a
la realidad. Delante de él se había sentado un chaval que solía rondar por el
bar, se rumoreaba que se acostaba con el propietario, aunque lo hacía pasar por
un primo suyo.
- –¿Qué quieres? –le preguntó, molesto.
- –Creo que vendes algo que me interesa –dijo
el joven, mientras retorcía un mechón de su pelo entre sus dedos –y creo que te
puedo ayudar con tu pequeño problema –sonrió, señalando el dedo con el anillo.
- –No hace falta –respondió, seco – ¿qué
quieres de lo que puedo proporcionarte?
- –Lo más habitual, quiero probar algo nuevo.
- –No quiero problemas con tu primo –movió la
cabeza en dirección a la barra.
- –No te preocupes por eso –sonrió el chico,
levantándose –y saluda a Emma de mi parte –sus ojos esmeralda brillaron.
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