Este texto concluye la historia que empecé con el texto titulado Pesadilla y que continué con Intento de fuga.
El orden cronológico de la historia sería: Intento de fuga, Regreso, Pesadilla.
Por ahora no continuaré la historia con estos personajes, pero quizás más adelante amplíe el proyecto.
Regreso
Había bajado a buscarte,
confiando en que habrías aprovechado la oportunidad que te daba y te hubieras
ido. Pero, por tu aspecto, has decidido volver, y tendrás que asumir las
consecuencias. Sigues mirándome a los ojos, descaradamente, esperando que te diga
algo. Me giro y me voy, no quiero que me veas sonreír satisfecho, no
antes de hora. Me quedo en un lugar discreto del patio para ver cómo
te llevan hasta allí, en silencio, con todos los otros criados reunidos, y el
látigo vuelve a castigar tu piel marcada. Incluso, entre golpe y golpe, sigues
mirándome a los ojos, desafiándome, hasta que vuelvo
a sonreírte y te veo derrumbarte.
En mi habitación acabo de
preparar las cosas cuando te oigo llegar. El agua y la ropa nueva te dan mejor
aspecto, aunque la estés manchando con la sangre de tus heridas abiertas. Y me
alegra ver que miras hacia el suelo. En silencio, cojo el libro que tenía en la
mesa y una de las copas con vino y me siento en mi butaca a leer, dejando pasar
el tiempo, mientras veo como te impacientas y te fuerzas a no levantar la
mirada. Buen chico, pienso, quizás incluso pueda sacar algo de provecho de ti.
He tenido tiempo para estudiarte y el ligero temblor de tu dedo índice
golpeando tu pierna me muestra el momento oportuno. Dejo el libro en la mesa y
señalo la otra copa, indicándote que es para ti. Dudas, y levantas la mirada,
clavando tus ojos en los míos, apenas durante un segundo, y vuelves a bajarla
mientras coges la copa. Me levanto de mi butaca y me acerco a ti mientras te la
llevas a los labios, y bebes poco a poco.
Instantes después dejas caer la
copa, que se hace añicos, mientras caes tú también encima de mi alfombra. A mis
pies. Veo como tu cuerpo se convulsiona, y si es cierto lo que me han dicho,
debes notarlo ardiendo. Levantas la mirada, de nuevo, con esfuerzo, y me agacho
para susurrarte la primera palabra que te digo desde que has vuelto.
-
Veneno.
Ni siquiera cambia tu mirada, y
eso me hace volver a sonreír. Acaricio tu pelo. Uno de los trozos de cristal de
la copa te ha arañado el rostro, y un pequeño hilo de sangre recorre tu ojo
izquierdo. Aparto los trozos que veo, y vuelvo a susurrar en tu oído.
No te preocupes, no te matará. No
la cantidad que te he dado. Mañana habrá dejado de dolerte. Pero es una
sustancia adictiva, y acabarás suplicándome que te dé más, y serás consciente
de cómo tú mismo te envenenarás.
Me levanto e iba a sentarme de
nuevo en mi butaca a observarte sufrir toda la noche cuando agarras mi tobillo
e intentas incorporarte. Sin éxito. Sigues mirándome, miras tu mano y me
sueltas. Vuelvo a agacharme, y sonrío mientras humedezco mis dedos y con ellos
acaricio tus labios resecos.
-
Eres fuerte, más de
lo que esperaba, te forjaré bien.
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