sábado, 22 de febrero de 2014

Noche de luna llena

Otro viejo texto, del 02/01/2012, porque ya estoy revisando textos de hace dos años, muchos de ellos casi olvidados ya. Si mal no recuerdo, son pruebas de géneros diferentes a lo que solía escribir, por aquel entonces, aunque en el fondo creo que los personajes, a lo largo de los textos de estos años, acaban pareciéndose mucho los unos a los otros. Bueno, como siempre, los comentarios son bienvenidos.



Noche de luna llena

Alcé la mirada hacia el cielo. La luna, llena, brillaba con fuerza, parecía enorme, como si pudiera rozarla tan solo alargando una mano hacia el cielo. Pero ya no era un niño, y sabía que hacer eso era imposible. Cerré los ojos mientras sonreía, hasta que me di cuenta de que no tenía nada por lo que sonreír. Había salido, apenas media hora antes, de casa, había escogido un camino diferente para llegar a la ciudad. Conozco esta ciudad desde que tengo recuerdos, todos sus secretos, pero quería vivirla con otros ojos. Con mis nuevos ojos.

Todo sigue igual. Las mismas clases sociales viviendo en los mismo barrios, aterrados ante la idea de mezclarse, de salir fuera de su zona de seguridad, aunque, en realidad, todos saben y huelen a lo mismo. Y ese aroma distrae mis sentidos y mis pensamientos. Pero hoy no quiero. Hoy, esta noche, tan solo quiero empaparme de esta ciudad, de mi hogar.

Cierro los ojos e intento concentrarme, dejar la mente en blanco, luchar, otra vez, contra todos mis fantasmas, pero lo único que logro es recordar.


Recuerdo el aroma de su piel palpitando en su cuello, en el que tanto me gustaba hundir mi rostro al mismo tiempo que me hundía en su cuerpo. Las vanas promesas que le susurraba al oído mientras ella, nerviosa, mordía su dedo intentando evitar que se oyeran sus gemidos. Y su cuerpo, temblando en mis manos, inexperto, añorado. Recuerdos y más recuerdos.

Me detengo delante de la casa de su padre. He llegado hasta aquí sin querer  darme cuenta. Me la arrebató de las manos, alejándola de mí y entregándosela a quien ya había escogido para que fuera su marido. Para mí había sido una diversión más, una muñeca con la que jugar, como lo habían sido otras antes que ella. Hasta ese momento.

Había encontrado el propósito de esta noche.  Doy media vuelta y retrocedo sobre mis pasos hasta llegar a la que sabía que era la casa del hombre que se llevó a mi pequeña muñeca. Hacía cinco años ya que me había ido de allí y no la había vuelto a ver pero, quisiera ella o no, esa noche iba a llevármela a mi casa. 

Entrar en esa casa me es fácil, había acumulado experiencia en ello durante los primeros años que pasé fuera de mi hogar. Escucho, sin hacer ruido, intentando averiguar dónde están. Pero solo veo a ese hombre, holgazaneando, mientras mi pequeña debe estar trabajando para proporcionarle el qué comer. Mucho más fácil de lo que me esperaba.

La oigo llegar cuando todavía no he acabado, pero no me giro hacia ella hasta que no se acerca hasta mí. Observo como tiembla, y como me mira y luego mira hacia lo que queda de su marido. Sonrío mientras ella cierra los ojos y deja caer la bolsa que llevaba entre los brazos. Susurra mi nombre, y la beso con restos de la sangre fresca de su marido todavía en mis labios.

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