lunes, 16 de marzo de 2009

La pelota

La pelota

A su alrededor no había nadie, en el bar de siempre, en su mesa de siempre. Como si estuviera reservada sin necesidad de ningún cartel, ya que todo el mundo rehuía aquel rincón. En el lugar ya solo quedaban unos cuantos turistas acabando de cenar, y las camareras, con rostros agotados, sin ver el momento de poder sentarse para aliviar sus cansados pies. Siempre solía ser el último cliente en salir, pero ellas ya se habían acostumbrado a su presencia, que ya casi les pasaba inadvertida, y solían descansar y hablar entre ellas cuando recogían, aunque todavía estuviera allí. Había acabado convirtiéndose en una parte de aquel local, uno de sus locales en verdad, aunque ya no quedara allí nadie que lo pudiera recordar. Notó algo al lado de uno de sus pies. Una pequeña pelota, y detrás de ella venía un niño, de unos cuatro o cinco años, sonriendo, mientras su madre le decía, desde la mesa, que no molestara a los extraños. La inocencia y vitalidad de la criatura le hizo sonreír, aunque recordó que en poco tiempo la perdería, y sería uno más entre la multitud, como su madre, que continuaba riñéndolo, auto imponiéndose límites, manteniendo todas sus emociones bajo un estricto control durante toda su vida. Le devolvió la pelota al niño, que todavía sonreía, aunque cansado de jugar ya toda la tarde, ignorando todavía a su madre, que al final se levantó para irlo a buscar. Y volvió a su mesa, casi arrastrando a su hijo, huyendo de su mirada que la había hecho palidecer. Sonrió para sí mismo, al fin y al cabo, ese era el efecto que provocaba en todos los adultos. Aunque lamentó, al cabo de un rato, el castigo que recibió aquel niño cuando, yéndose su familia, se había girado tan solo para decirle adiós con la mano.

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