lunes, 23 de marzo de 2009

Sándalo

Sándalo

Ya comenzaba a molestarle el pestañeo somnoliento de sus ojos, que le pedía insistentemente coger un taxi y volver a su casa. Pero todavía no había acabado su cuarta copa, y la muchacha a la que esperaba tampoco había llegado. Esperó unos cuantos minutos más antes de apurar lo que le quedaba en el vaso, ginebra ya aguada por el hielo fundido, para salir del local a fumar uno de sus cigarrillos. Ya volvería más tarde para averiguar si ella se había dignado a aparecer. En la puerta había unas cuantas muchachas ofreciendo a los que salían del local otro tipo de diversión. Pero eso a él, por ahora, no le interesaba y tampoco disponía en ese momento del dinero necesario. Ya con el cigarrillo en los labios el mechero se negó a encendérselo. Sintió ganas de reír, esa noche todo el mundo le fallaba.

Se acercó al callejón que había al lado. Allí solían ir algunos chicos del local que conocía a esnifar coca, alguno de ellos tendría un mechero. Pero a simple vista el callejón parecía vacío. Definitivamente esa noche el mundo le fallaba. Aun así decidió adentrarse en el callejón, quizás, después de las detenciones del último fin de semana, habían decidido esconderse entre los contenedores que había casi al final. Pero allí tan solo encontró la muchacha a la que había estado esperando durante cuatro copas.

Recordaba a una muñeca vieja y rota, abandonada en el cubo de la basura, salvo que a esa pobre muñeca parecía quedarle un poco más de aliento que se escapaba por sus rojos labios, mientras su cuerpo, semidesnudo, temblaba de frío. Y la sangre que manaba de su cabeza, junto con los cortes que sangraban por todo su cuerpo daban a entender que ya era inútil llamar a una ambulancia. No llegaría a tiempo. Y llamar a la policía significaba dar demasiadas explicaciones. Fue en ese momento cuando todo el peso del mundo se le vino encima, haciéndolo caer, hacia el suelo y hacia la inconsciencia, mientras un suave aroma a sándalo le acompañaba durante todo ese descenso.

Se despertó, mareado, en el portal de su casa. Todavía era de noche. Su reloj indicaba las cuatro de la madrugada. No sabía cómo había llegado hasta allí. Sacó las llaves del bolsillo para abrir la puerta, mientras comprobaba que todavía llevaba la cartera y el teléfono móvil, al que se le había agotado la batería. Una vez dentro de su casa cerró la puerta con dos vueltas de llave, dejó el móvil cargando en su habitación y fue directamente a darse una ducha, necesitaba quitarse la mala sensación que tenía por todo el cuerpo. Al desnudarse se dio cuenta de que la ropa le olía a sándalo, y en el espejo vio reflejado su cuerpo, marcado por múltiples cicatrices de cortes, que le recordaron a la pobre muchacha del callejón. Antes no las tenía. Volvió a la habitación y encendió el móvil. Habían pasado cinco días. Y no recordaba absolutamente nada.

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