lunes, 2 de marzo de 2009

Un libro en la estación

Un libro en la estación

En la vieja estación solía encontrar refugio todas esas tardes en las que necesitaba salir de casa después de haber discutido con sus padres, aunque nunca había ido allí cuando ya había anochecido. A esas horas el viejo edificio lucía más blanquecino, reflejando la poca luz de la media luna que había en el cielo. Le gustaba dejar pasar allí las horas, sentado en el suelo, apoyado en la pared, simplemente observando las viejas vías recubiertas de maleza y dejando su mente vagar. Pero esa noche estaba tan alterado que ni siquiera cerrando los ojos y subiendo el volumen de la música que sonaba en sus auriculares podía dejar de escuchar los gritos de su padre, que resonaban una y otra vez en su cabeza.

Abrió los ojos, y vio acercarse una muchacha con un libro bajo el brazo. Se la quedó mirando. Parecía que buscaba alguno de los viejos bancos que había habido para la gente que esperaba el tren. Pero del último que había sobrevivido tan solo quedaba un montón de madera podrida. La muchacha suspiró y se giró hacia donde estaba él. Se lo quedó mirando de la misma manera que había mirado la pared buscando un banco. Se acercó a él y se sentó a su lado, recolocándose la corta falda plisada intentando ocultar un pequeño cardenal que se había asomado por encima de la rodilla. Dejó el libro sobre sus piernas mientras su mirada vagaba por las viejas vías. Sus ojos oscuros brillaban reflejando la luna hasta que una solitaria lágrima logró abrirse camino por su mejilla. Él buscó dentro del bolsillo de su chaqueta, siempre solía llevar un paquete de pañuelos de papel, pero no lo encontró, y, sin ni siquiera darse cuenta, acercó uno de sus dedos para, con suavidad, borrar esa lágrima.

Ella se lo quedó mirando a los ojos tan solo unos instantes, para luego dejarse caer en su pecho mientras él pasaba su brazo por los hombros de ella en un torpe intento de reconfortarla. Permanecieron largo tiempo así, dejando que sus mentes siguieran vagando por las viejas vías. Hasta el momento en que ella deshizo el abrazo para levantarse, coger su libro e irse, y al querer él decirle algo, tan solo respondió con un gesto negativo con la cabeza. Aunque justo antes de salir de la estación se giró para volver a mirarle a los ojos mientras esbozaba una ligera sonrisa. Él volvió a subir el volumen de la música y cerró una vez más sus ojos, por unos instantes. Llevaba mucho tiempo ya allí y era hora de volver a casa.

Abrió los ojos, se levantó y caminó hacia la salida cuando sus pies tropezaron con lo que parecía una simple caja de zapatos. La abrió. Dentro tan solo había un viejo libro del cual sobresalía un marcapáginas. En él había escritos unos cuantos números, y un nombre. Volvió a guardar el libro en la caja y se la llevó a casa. No tenía nada que perder.

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